Yo, el cosmonauta
Maksym Butkevych
14 de noviembre
de 2024
Introducción de Patrick Silberstein: Maksym Butkevych o la vuelta del cosmonauta
Junio de 2022. El soldado Maksym Butkevych fue hecho prisionero por una banda de Z en algún lugar de un territorio con un nombre impronunciable. Se alistó como voluntario. Había escrito: “He sido antimilitarista a lo largo de mi vida consciente y lo sigo siendo por convicción. Pero hoy me siento en el lugar correcto. Estamos viviendo una época trágica. Cada uno hace lo que puede donde está”.
“Cada uno hace lo que puede donde está”. En realidad, como revelará en su gran sabiduría un Torquemada ruso, el líder de pelotón Maksym Butkevych hace más que donde está. De hecho, tiene el don de la ubicuidad. Sí, podía estar en varios lugares al mismo tiempo. Por lo tanto, fue condenado a trece años de prisión por haber cometido crímenes donde no estaba.
Antimilitarista y alistado voluntario, libertario y cristiano, internacionalista y ucraniano, ya tenía suficiente para que se le fuera el santo al cielo. Y ahora la revista en línea Korridor publica unas confesiones de Maks que datan de 2016. Desde la infancia había soñado con dejar la Tierra para refugiarse en el Cosmos. Efectivamente, no se nace impunemente en el “país de Gagarin”: “Como muchos, quería convertirme en cosmonauta. No es de extrañar: el heroísmo, la exclusividad de la experiencia y la posición, el futuro de toda la humanidad”. Pero el destino decidió lo contrario: “Un cambio brutal, impredecible y perjudicial de [su] estado de salud [y] la perestroika” le cerró las puertas del espacio. Tuvo que renunciar a pasear, como Laïka y Yuri, en el vacío interestelar con una escafandra blanca. Escafandra, recordad, cuyo casco estaba misteriosamente grabado con las siglas de los cheques postales, CCP. ¡Pero no, durak, era CCCP!
Decepcionado pero perseverante, Maks abrió la ventana de su escuela y, asombro, “la diversidad del Cosmos estaba justo al lado” de donde vivía. Luego dejó en el fondo de su mochila los “cimientos de la cosmonáutica” y optó por el “estudio del pasado reciente”. Y este se reveló “más complejo e impredecible que el estudio de las galaxias lejanas”: “Tenemos problemas y preguntas con el microcosmos con las que ni soñamos al pensar en el macrocosmos”.
Pero por mucho que Maks tenga los dos pies en la Tierra, no deja de tener la cabeza en las nubes. Y de las nubes al Cosmos, hay espacio para los Sueños: “Pero el sueño del espacio nunca desapareció. Porque de ninguna manera se trataba de un simple deseo de encontrarse fuera de la atmósfera, “en medio de la nada”. En el espíritu de Tsiolkovski, “yo soñaba con trasladar a la humanidad más allá de su hábitat anterior hacia mundos diversos”. Tsiolkovski, de nombre de pila Konstantin, es, se puede decir, el abuelo del Sputnik. Y el “medio de la nada”, cuando creces en la Ucrania soviética, es vasto. El ex-futuro astronauta se enterará más tarde de que uno de sus “legendarios pioneros”, Serhiy Koroliov, “originario de Ucrania” y padre del programa espacial soviético, había conocido los grandes espacios del Gulag como “enemigo del pueblo”. Maks añade un pequeño detalle que no lo es: “Lo mismo ocurrió con mi bisabuelo, que también fue asesinado como “enemigo del pueblo”, lo que no sabía entonces”.
Maks dibuja entonces carteles contra el terror nuclear que amenaza y gana concursos que las autoridades de aquella época organizan para movilizar lo que llaman el "pueblo soviético". Maks, por su parte, tiene pesadillas: “Porque un misil tarda siete minutos en llegar a ciudades del oeste de la URSS como Kyiv”. Y, como todos los niños del mundo, colecciona sellos y viñetas “Soyuz-Apolo”, así como autógrafos de cosmonautas. En el museo del espacio de su escuela, había “algunos espacios soviético-americanos “ideológicamente inquietantes””. Incluso trae “copias de la revista Challenger”. Más tarde, el aspirante a astronauta descenderá a tierra firme y reproducirá poemas de Vasyl Stus (muerto en el Gulag). Incluso se negará a recitar el poema de Rylsky Mi patria delante de su clase.
Maks también sueña - como sabemos, este hombre es un soñador impenitente: "Soñaba con el espacio como un lugar de convivencia y cooperación para todas las personas, donde el deseo de ganar a costa de la destrucción no tiene lugar. [...] El espacio era un espacio de libertad y paz. Eso es lo que me pareció: ¿cómo podría haber sabido hasta qué punto los programas espaciales estaban militarizados en la mente de los líderes de la Guerra Fría de la época? Más tarde, resultó que esta libertad y paz podían -e incluso debían- obtenerse aquí, en la tierra”.
La Tierra llama a la Luna. Si Maks no se metió en el traje blanco de los cosmonautas que partieron a la conquista del espacio, el antimilitarista en cambio, sí ha vestido el uniforme verde oliva de la resistencia a la dictadura fascista de Moscú. Y los pequeños hombres verdes que lo capturaron no eran marcianos, sino soldados rusos.
El cosmonauta ha vuelto a casa (fue liberado el 18 de Octubre). Sin duda, nos contará su cautiverio y su visión del futuro. En cualquier caso, apenas regresó a la Tierra de los hombres libres, no dejó de decir que la lucha continúa. En todos los frentes:
“Mis queridos hermanos y hermanas, amigas y amigos, los que conozco -y los que aún no he conocido en persona- quiero expresar [...] mi gratitud a todas las personas que me apoyaron durante mi cautiverio, a las que esperaron mi regreso y mi liberación, y a las que se esforzaron por ello, a las que rezaron por ello [...]. Nunca dudé ni un solo minuto en cautiverio de que tenía el apoyo de personas fieles, libres y solidarias. [...] Ser libre es la felicidad, es el estado más natural del ser humano, es la esencia del ser humano. Por esa razón los intentos de esclavizar a otras personas, de convertirlas en esclavas, en mercancías, en objetos de manipulación, son una vergüenza y un crimen de proporciones catastróficas. Así pues me atrevo a añadir a mi gratitud una petición expresa: por favor, no olviden a las y los oprimidos y esclavos, a quienes están en peligro y cuya dignidad se pone a prueba constantemente hoy; hagan lo que puedan para liberarlos. Porque mientras alguien permanezca en esclavitud, nadie es realmente libre. Gracias y que Dios os bendiga”.
Una declaración que se hace eco del poema de Lesia Ukraïnka
¡Estoy harta de la esclavitud de este mundo!
Rendiré honores al titán Prometeo
Que no creó la raza humana esclava,
Que iluminaba con fuego, no con verbo,
Que luchó ferozmente,
Que fue torturado no tres días, sino sin fin,
Que no llamó al tirano “mi padre”,
Sino déspota maldito del universo [...]
La sonrisa maliciosa que luce al estrechar la mano de Volodymyr Zelensky nos hace pensar que el cosmonauta Maksym Butkevych no ha terminado de hacer hablar de él. ¡Bienvenido a la Tierra! ¡Zdorov'ya i!
Yo, el cosmonauta
Como muchos, de niño quería ser cosmonauta. No es de extrañar: el heroísmo, la exclusividad de la experiencia y la posición, el futuro de toda la humanidad.
Lo que me distinguía de la mayoría de las personas que conocía y que tenían este deseo era mi terquedad: habiendo entendido rápidamente que era inútil competir en el campo de las capacidades físicas naturales, me volví hacia el componente intelectual (que de todos modos estaba más cerca de mí). Era posible construir una estrategia: si no es la Fuerza Aérea de la URSS, entonces el Instituto Bauman, la ingeniería, y luego continuar por este camino.
Un museo de cosmonáutica en la escuela; la lectura de la literatura popular y de lo que entonces se llamaba “ciencia pop”; un curso especial de cuarto año titulado Fundamentos de la cosmonáutica con la fórmula de Tsiolkovsky y el resto del curso utilizando un manual especial para los cursos 8-9 (en el sistema de diez niveles).
Todo esto no funcionó por muchas razones. La primera fue un cambio abrupto, impredecible y perjudicial en mi estado de salud. La segunda fue la perestroika.
Entonces, de repente, resultó que la diversidad del cosmos estaba justo al lado, en la comunidad actual. Que el estudio del pasado reciente es más complejo e impredecible que el estudio de las galaxias lejanas. Y que tenemos problemas y preguntas con el microcosmos con las que ni soñamos al pensar en el macrocosmos.
Pero el sueño del espacio nunca desapareció. Porque de ninguna manera se trataba de un simple deseo de encontrarse fuera de la atmósfera, “en medio de la nada”. Igual que Tsiolkovski, soñaba con trasladar a la humanidad más allá de su hábitat anterior hacia mundos diversos. No sabía en ese momento cuántos colegas de uno de mis legendarios "pioneros" en este camino, Serhiy Koroliov, originario de Ucrania, habían pasado directamente de la RDA a los campos de concentración de Stalin o simplemente habían sido reprimidos como "enemigos del pueblo". Lo mismo ocurrió con mi bisabuelo, que también fue asesinado como “enemigo del pueblo”, lo que no sabía entonces.
¿Quién era yo? Un niño en una escuela soviética; un estudiante que ganaba concursos de carteles contra la guerra simplemente dibujando un "hongo" nuclear tachado; un "chico bueno" en un barrio "normal" [...]; un niño que se despertaba por la noche con pesadillas sobre un ataque nuclear de los Estados Unidos en modo alta temperatura, porque un misil necesita siete minutos para llegar a ciudades del oeste de la URSS como Kíiv, lo que significaba que tenía aún menos tiempo para vivir. Soñaba con el espacio como un lugar de convivencia y cooperación para todas las personas, en el que el deseo de ganar a costa de la destrucción no tiene lugar. Sellos Soyuz-Apolo, autógrafos de cosmonautas, algunos espacios soviético-americanos "ideológicamente inquietantes" en el museo del espacio escolar, y ejemplares impresos por mi iniciativa de la revista Challenger, un poco antes que los ejemplares impresos de los poemas de Stus y que la primera negativa disidente a recitar con emoción el poema de Rylsky Mi patria delante de la clase, pero que provenían de la misma fuente.
El espacio era un espacio de libertad y paz. Eso es lo que me pareció: ¿cómo podría haber sabido lo militarizados que estaban los programas espaciales en la mente de los líderes de la Guerra Fría de la época? Más tarde resultó que esta libertad y paz podían -e incluso debían- obtenerse aquí, en la tierra, y no solo con la ayuda de carteles que representaban hongos nucleares tachados. Me lancé de cabeza a esos combates.
Han pasado muchos años desde entonces, y ha llegado el nuevo milenio. Hoy estoy coordinando un proyecto de ayuda a las y los refugiados, a las víctimas de agresiones de odio y a las personas desplazadas dentro de su propio país. Pero no puedo deshacerme de un simple pensamiento: no es lo que quería hacer cuando era niño. Y una persona sensata no puede desear eso.
No iba a pasar mi vida ayudando a quienes lo habían perdido todo y habían sobrevivido milagrosamente. Ninguno de mis colegas había planeado saber en detalle cómo se tortura a la gente en todo el mundo, cómo los padres y amigos se convierten en las armas de los torturadores, por qué “la violación es un arma de guerra”, y qué espera en detalle (y el tribunal no escuchará nada más) a aquellos que mi país, con el dinero de mis impuestos, devolverá a sus torturadores en caso de violación del principio de no devolución1 (una frase que no dirá nada a nuestros contribuyentes).
Nosotros, incluido yo, cuando era niño, no ayudamos a las personas que podían ser asesinadas debido al color de su piel u orientación sexual. Nunca pensé que tales cosas seguirían siendo de actualidad en el siglo XXI (aunque, cuando quería convertirme en cosmonauta en la URSS, tal vez no conociera términos como “orientación sexual”). Se suponía que debíamos preservar la ecosfera terrestre, establecer contactos con los delfines y explorar la posibilidad de establecer colonias humanas entre Marte y el cinturón de asteroides utilizando velas solares.
En en lugar de eso, tratamos de averiguar quién nos proporcionará armas letales. Quienes querían convertirse en cosmonautas se preocupan por otras cosas: nuestros antimilitaristas frecuentan los clubes de tiro, y los pacifistas llevan mucho tiempo aprendiendo de memoria los niveles de protección de los chalecos antibalas y de qué están hechos los cascos. Y aprendiendo que quienes también querían convertirse en cosmonautas -y se convirtieron en lo que se convirtieron- les disparan desde el otro lado.
El espacio ha desaparecido. La humanidad ya no pretende llegar al sistema solar en un futuro próximo. Pero el día en que la humanidad abandone la atmósfera terrestre para ponerse en órbita alrededor del planeta todavía hace estremecerse a los partidarios de paradigmas opuestos. Entre ellos, quienes se enfrentarán mañana a tiros.
Y, sin embargo, la tecnología sigue evolucionando. Mientras los zombis de las provincias del imperio del siglo XIX resucitan donde antes no existían, y se combinan en una fusión fantasiosa la idea de la "divinidad" de los territorios e individuos y la justificación de las ejecuciones masivas, otras personas todavía están preparando misiones a otros planetas de nuestro sistema estelar, superando las fronteras y probando nuestras capacidades como comunidad más que como especie biológica.
El 1 de abril de este año, un proyecto no gubernamental que coordino publicó un comunicado de prensa sobre su participación en un programa estratosférico de rescate de refugiados. La idea era que a veces es mejor no trasladar a los refugiados más allá de muchas fronteras y mares, donde muchos pierden la vida, sino llevarlos directamente a estaciones de dirigibles estratosféricos que escapan a la soberanía de los Estados individuales, y desde allí, transportarlos directamente a países que han aceptado concederles asilo. Hemos recibido muchas reacciones. La más relevante de ellas refleja en parte nuestra perplejidad, lo que dio lugar a este texto. Era más o menos esto: "¿Cómo es que podemos considerar llevar a las personas fuera del alcance de los Estados, a la estratosfera, y que al mismo tiempo, estas altas tecnologías no pueden salvar a la gente de lo peor, de la tortura y la persecución? »
No sé la respuesta a esta pregunta. No sé cómo se puede pensar que "nosotros" (la humanidad) vamos a ir a Marte, y al mismo tiempo que nosotros (la humanidad) somos incapaces de detener los asesinatos promovidos desde una radio2 [que llama al odio] y machetes (Rwanda), incapaces de parar de abrasar a la gente viva (Uzbekistán), de parar de lanzar bombas de barril (Siria), de contagiar voluntariamente con tuberculosis o sida (las “zonas especiales” de varios países), o simplemente de dejar que los presos enfermos mueran en prisión. (Ver las últimas noticias de Rusia.) El 12 de abril, mientras “nosotros” celebramos la entrada de la humanidad en el sistema solar, todos sabemos lo que son los “elefantes”, las “golondrinas” y los “200”3.
Este año, como en años anteriores, no llevo traje espacial, pero recibo consejos de personas que colocan carteles en la zona gris sobre cómo las y los niños pueden evitar las minas terrestres y qué hacer por aquellas personas que han sido privados de sus derechos, porque nacieron en las “malas” regiones del país. Y sé que quienes ayudan a otras -independientemente de las fronteras y la pertenencia a un grupo- a escapar y comenzar una nueva vida, una vida digna y llena de sentido, nunca soñaron con estar frente a tales cosas cuando eran niños. Pero muchos de ellos querían convertirse en cosmonautas. Y han alcanzado su objetivo.
Quienes, independientemente de las fronteras y la ciudadanía, los programas espaciales de su país, la etnia y las lenguas habladas, la propaganda y las circunstancias, ayudan a las demás personas, han superado el mundo dividido en “sectores de responsabilidad” y Estados-nación. Hasta ahora no tenemos un espacio transfronterizo para un gran número de personas, pero lo estamos creando a través de nuestras acciones, aquí y ahora. El espacio está en cada uno de nosotros, en las diferentes comunidades, en todas las personas que se guían por el principio “nuestra patria es la humanidad”, en todas aquellas que sienten y practican la solidaridad. Quienes no son guiadas por las fronteras y la nacionalidad, sino por la justicia, la solidaridad y la misericordia, preparan nuestro camino más allá de la Tierra. De lo contrario, estamos condenados a repetir lo que estamos sufriendo aquí. En este día de la cosmonáutica, este pathos me parece apropiado.
He tenido la suerte de poder involucrarme en este trabajo, ayudando a las y los viajeros y extranjeros, a las y los perseguidos y a quienes necesitan refugio. No es difícil, todo el mundo puede intentarlo. Yo he sido parte de este “puerto espacial subterráneo”, de esta comunidad de personas que ayudan a las demás simplemente porque sufren, porque lo necesitan y porque son seres humanos. Y tal vez un día, mucho más tarde que en 1961, se traduzca físicamente en el éxodo no de una persona, sino de la humanidad, más allá de las fronteras de su planeta. Pero mi espacio ya está ahí. Está formado por todas las personas que conozco. Y para ver la Tierra sin fronteras, no necesito subir muy alto.
Mi sueño se ha hecho realidad. Como el de cientos de miles de personas en todo el mundo que, a menudo, ni siquiera piensan en ello. Yo normalmente tampoco pienso en ello.
Excepto hoy, con motivo del Día de la Cosmonáutica. Pienso en ello porque es mi día, porque tengo suerte, porque soy cosmonauta. Aunque no sea lo que había imaginado, no es menos real. Gracias a todas las personas con las que trabajo.
Traducido por Faustino Eguberri
Artículo original
Artículo en francés (p. 13)
Publicado orginalmente
el 12 de abril
de 2016