No, Occidente no detuvo las conversaciones de paz de Ucrania con Rusia
Volodímir Artiukh y Tarás Fedirko
11 de septiembre
de 2023
En su artículo para Novara Media titulado "A Liz Truss no le importa detener la guerra en Ucrania", Oliver Eagleton culpa al Reino Unido y a otros gobiernos occidentales de su falta de voluntad para "poner fin a la guerra" en Ucrania. Con el propósito de revitalizar la política exterior británica y la OTAN en general, argumenta Eagleton, Boris Johnson "detuvo" las primeras negociaciones de paz entre Ucrania y Rusia. Truss ha continuado el "enfoque inflexible" de Johnson, prolongando la guerra y aumentando el riesgo de una "escalada en espiral". La izquierda, insta Eagleton, debe desarrollar una perpectiva progresista para poner fin a la guerra y evitar quedar superada por las movilizaciones de la derecha en respuesta a sus repercusiones económicas mundiales.
Es difícil no concordar con Eagleton acerca de la importancia de una perspectiva progresista para poner fin a la invasión rusa. Además, cualquier visión de este tipo debería seguir el ejemplo del artículo de Eagleton al ser crítico tanto con las razones como con las formas del apoyo occidental a Ucrania. Sin embargo, su visión está cimentada en suposiciones erróneas sobre Ucrania y Rusia, y adopta una interpretación estrecha, si no incluso sesgada, de las pruebas de la influencia británica sobre el presidente ucraniano, Volodímir Zelensky. Esto tendría poco interés si no fuera porque estas suposiciones y los débiles argumentos que derivan de ellas han estado resonando en la izquierda británica, europea y estadounidense durante un tiempo considerable. En el mejor de los casos, no contribuyen a la tarea de elaborar una política de izquierdas con respecto a la agresión rusa en Ucrania. En el peor de los casos, terminan fortaleciendo la división ultraconservadora del mundo en "esferas de influencia", respaldando la legitimidad del uso de la fuerza en disputas internacionales y aumentando la amenaza de guerras interimperialistas globales en el futuro. Entonces, ¿qué es lo que falla en estas tomas de posición?
Eagleton es uno de los numerosos analistas de izquierdas que asumen que, desde antes de la invasión, los dirigentes rusos han preferido lograr sus objetivos en Ucrania a través de la diplomacia (y, por consiguiente, estarían dispuestos a llegar a compromisos que preserven los intereses fundamentales de las partes implicadas) en lugar de la fuerza. Si la paz fue posible en la guerra del Donbás, también lo es en la batalla por Ucrania; de haberse aplicado la diplomacia con mayor determinación, se habría podido evitar la guerra. Eagleton sigue a otros al señalar la insistencia de Rusia en la implementación de los Acuerdos de Minsk II en el Donbás, así como la propuesta rusa de seguridad en relación con Occidente en diciembre de 2021, como pruebas de esta preferencia por la diplomacia. Sin embargo, al hacerlo, toma de manera literal las declaraciones del Kremlin, pasando por alto que la lógica detrás del comportamiento de Rusia con respecto a Ucrania y al "Occidente colectivo" en general está impulsada por la expansión territorial y el uso oportunista de la violencia.
En primer lugar, los Acuerdos de Minsk, concluidos a punta de pistola tras las intervenciones militares rusas en Ucrania durante el verano de 2014 y el invierno de 2015, no representaron una solución mágica para la paz, sino más bien una herramienta de presión militar-diplomática rusa cuyo significado y uso evolucionaron con el tiempo. Mientras que en el período de 2014 a 2017 la implementación de los Acuerdos de Minsk podría haber conducido a una reintegración negociada del Donbás en Ucrania bajo supervisión internacional, la situación global y las intenciones de Rusia han experimentado cambios significativos. De hecho, a finales de 2021, las autoridades rusas prácticamente habían integrado completamente las repúblicas separatistas en el espacio político, militar y económico ruso, excluyendo cualquier posibilidad significativa de reintegración pacífica de la región en Ucrania. Mientras los dirigentes ucranianos buscaban un alto el fuego en Donbás a partir del verano de 2020, el Kremlin lo utilizó como moneda de cambio para presionar al gobierno de Zelensky y crear un pretexto poco sólido para una invasión. Los últimos intentos de Zelensky por reanudar las negociaciones a finales de 2021 fueron rechazados por Putin, quien quebrantó los Acuerdos de Minsk al reconocer la independencia de las regiones separatistas. De esta forma, en lugar de representar una hoja de ruta hacia una futura paz, los Acuerdos de Minsk se habían convertido en gran medida en una herramienta militar-diplomática en manos de los dirigentes rusos para legitimar el cambio de régimen y la desmembración de Ucrania.
Además, las propuestas de "garantías de seguridad" de Rusia publicadas en diciembre de 2021 resultaron ser poco más que una cortina de humo diplomática e ideológica. Incluso comentaristas rusos moderados admiten que se trataba de un ultimátum diseñado para justificar la invasión y no de diplomacia honesta. El ministro de Asuntos Exteriores ruso insistió en que todas las disposiciones, incluido el retroceso de las infraestructuras de la OTAN hasta las fronteras de 1997, deberían haberse cumplido "como un paquete" en un plazo imposible de semanas, no meses, y que el Kremlin podría optar por no confiar ni siquiera en las "garantías por escrito". Dado que la OTAN carecía de un mecanismo para tales garantías por escrito -y aun si lo hubiera tenido, habría sido imposible adoptarlo en cuestión de semanas- la propuesta rusa no parecía una posición negociadora de buena fe. No obstante, Estados Unidos y Europa se esforzaron por considerar seriamente las preocupaciones de Rusia en materia de seguridad, acordando hacer concesiones en los ámbitos del control de armamentos y la limitación de las maniobras militares. Además, Joe Biden prometió a Putin que no se instalarían misiles en Ucrania, una inquietud que Putin había mencionado meses antes de la invasión. Por otro lado, el asesor de Putin [Dmitry Kozak] llegó a un acuerdo sobre la no adhesión de Ucrania a la OTAN con Zelensky antes de la invasión, pero el líder ruso rechazó tal acuerdo. Finalmente, varios analistas y políticos moderados afirmaron que el Kremlin comenzó a planear un cambio de régimen y la desmembración de Ucrania a principios de 2021, lo que corrobora nuestra tesis de que las propuestas de Rusia no podían ser consideradas de buena fe, a pesar de que los gobiernos occidentales las tomaron en serio.
Eagleton pasa con fluidez de la supuesta disposición del Kremlin a negociar antes de la invasión a las conversaciones que tuvieron lugar después de que las tropas rusas invadieran Ucrania. Estas negociaciones de paz se iniciaron en Bielorrusia a finales de febrero de 2022 con la exigencia rusa de una capitulación total de Ucrania. A principios de abril, con las partes reunidas en Estambul, llegaron a un compromiso: un acuerdo marco que contemplaba que, a cambio de la retirada de Rusia a sus posiciones del 23 de febrero, Ucrania renunciaría a su reivindicación territorial sobre el Donbás y Crimea, y se comprometería a no entrar en la OTAN. Además, Ucrania recibiría garantías de seguridad de parte de los Estados occidentales. Este acuerdo establecía principios generales más que detalles concretos sobre los territorios exactos a los que Ucrania renunciaría en Donbás. Tales detalles habrían sido determinados durante un encuentro entre Zelensky y Putin. El acuerdo, sin embargo, fracasó, y es posible que nunca lleguemos a conocer qué habría ocurrido de haber prosperado. Pero, ¿fue viable en algún momento y fracasó debido a la interferencia británica, como afirma Eagleton?
Existen pruebas que contradicen ambos puntos. Tras la retirada de las fuerzas rusas de Kíiv y el norte de Ucrania a finales de marzo, Johnson realizó una visita sorpresa a Kíiv el 9 de abril. Al parecer, comunicó a Zelensky que Gran Bretaña y otros países occidentales no estaban dispuestos a proporcionar garantías de seguridad a Ucrania en la línea del acuerdo marco de Estambul. La evidencia crucial de la intervención de Johnson procede de un artículo del medio ucraniano Ukrainska Pravda, que cita una fuente anónima del círculo cercano a Zelensky:
"Johnson llevó a Kíiv dos mensajes sencillos: Putin es un criminal de guerra, hay que presionarle, no negociar con él. Y en segundo lugar, aunque ustedes [es decir, Ucrania] estén dispuestos a firmar acuerdos sobre garantías [de seguridad], nosotros [el Reino Unido] no. Podemos firmarlos con ustedes, pero no con él [Putin], quien de todos modos [no va a cumplirlos]".
Dado que este artículo es casi la única fuente que suele citarse como evidencia de la nefasta injerencia occidental, es valioso examinar minuciosamente las pruebas. Hablamos con su autor, el periodista político Roman Romaniuk, para tener una idea más clara del contexto político que rodeaba al equipo negociador ucraniano.
Romaniuk discrepa con la interpretación de Eagleton sobre que Johnson detuvo el acuerdo de paz. "Johnson era una de las personas a las que Zelensky escuchaba, no porque dependiera de él, sino por relaciones de confianza", afirmó Romaniuk. El primer ministro británico no había viajado a Kíiv para ordenar la cancelación del acuerdo de paz; en el mejor de los casos, ofreció un consejo, y como tal, su escepticismo acerca de la confiabilidad de Rusia no era único. En el círculo más cercano a Zelensky existía la fuerte preocupación de que el Kremlin no se atuviera a un acuerdo más tiempo del que convenía a sus intereses. Los riesgos asociados con la firma del acuerdo de Estambul eran elevados para Ucrania: las disposiciones clave, relacionadas con el estatus del Donbás y Crimea, no podían ser acordadas hasta una reunión posterior entre los presidentes de ambos Estados. Según Romaniuk, la principal preocupación de Zelensky y sus negociadores sobre el acuerdo de Estambul era que "la sociedad ucraniana podría no aceptar dicho acuerdo". Aunque desconocemos la opinión pública sobre el posible acuerdo a principios de abril, una encuesta realizada a mediados de mayo reveló que el 82% afirmaba que "bajo ninguna circunstancia Ucrania debe renunciar a nada de su territorio, incluso si eso implica continuar la guerra y poner en peligro su independencia". (Una encuesta más reciente muestra que los ucranianos siguen rechazando las concesiones territoriales a Rusia). Dado que funcionarios y comentaristas ucranianos se manifestaron en contra del acuerdo en ese momento, Zelensky debió entender que no tenía un mandato para realizar concesiones territoriales a Rusia.
Como ilustra el artículo de Romaniuk, el terror ejercido por Rusia en las ciudades y pueblos del norte de Ucrania aumentó el escepticismo de la parte ucraniana sobre la viabilidad del acuerdo. Aunque el alcance de los crímenes rusos en las proximidades de Kíiv no se hizo público hasta principios o mediados de abril, Zelensky ya había sido informado de ellos a mediados de marzo. Por lo tanto, sus negociadores eran conscientes de que si los acuerdos de Estambul eran firmados, Zelensky y Putin se encontrarían en persona en un momento en el que Ucrania estaría hablando de la ejecución y tortura de civiles en Bucha, Irpin, Borodyanka y otras ciudades del norte.
Según Romaniuk, Zelensky se mostró escéptico desde el principio en cuanto a la voluntad de Rusia de cumplir los acuerdos de paz. La evidencia sugiere que esta preocupación estaba justificada. La propia decisión de emprender la guerra, la forma en que se libró y los supuestos del Kremlin subyacentes en su planificación militar -con demasiada frecuencia ignorados en el debate de izquierdas- son elementos cruciales para evaluar las posibilidades de acuerdos diplomáticos y el comportamiento de todas las partes. Desde al menos mediados de 2021, los dirigentes rusos han señalado que ya no reconocen al gobierno de Zelensky como legítimo líder de Ucrania. La invasión solo exacerbó esta postura: la administración de Zelensky fue etiquetada como un gobierno "nazi", se negó el estatus de Estado a Ucrania y sus fronteras fueron violadas. Estos antecedentes no favorecían el éxito de las conversaciones.
Mientras las conversaciones continuaban en Bielorrusia y Estambul, los dirigentes rusos repetían una y otra vez que lograrían los objetivos de su campaña militar: la "desnazificación" (cambio de régimen) y la "desmilitarización" (destrucción del potencial militar de Ucrania). La realidad sobre el terreno mostraba que las tropas rusas no se habrían retirado de las nuevas zonas ocupadas en el sur y el este de Ucrania, y estaban llevando a cabo preparativos para consolidar su control a largo plazo. Los negociadores rusos eran políticos de bajo rango que carecían de autoridad para firmar acuerdos o mantener una línea directa con Putin, lo cual constituía una señal para el equipo negociador ucraniano. Similar a los acuerdos de Minsk en los años previos a la invasión y a las "garantías de seguridad" de diciembre, el enfoque de Rusia en las negociaciones de marzo probablemente no era genuino. Su reciente escalada sólo subraya que el Kremlin prioriza las ganancias territoriales por encima de la diplomacia y considera las negociaciones como una táctica para ganar tiempo y fortalecer sus fuerzas armadas.
La suspensión de las negociaciones de marzo fue el resultado de una interacción compleja de diversos factores, principalmente relacionados con la política interna de Ucrania y Rusia, así como con la dinámica de las operaciones militares. Al centrarse en un punto de inflexión mágico en el que todo podría haber tomado otro rumbo, los analistas pasan por alto que en el historial de Rusia, la diplomacia siempre ha estado subordinada al uso de la fuerza. Por lo tanto, no deberíamos fetichizar las conversaciones de paz, sino más bien forjar una visión de izquierdas sobre la guerra y las oportunidades para ponerle fin mediante un análisis realista de los intereses, recursos y estrategias de las partes implicadas. Bajo esta perpectiva, debemos preguntarnos: ¿qué tipo de paz sería progresista y serviría a los intereses del pueblo de Ucrania? Como han subrayado repetidamente los izquierdistas ucranianos, los de Ucrania no buscan cualquier tipo de paz, y ciertamente no desean aquella que viene con la ocupación.
Traducido por Juan González
Artículo original
Volodímir Artiukh. Antropólogo social que investiga la clase trabajadora y la migración en Europa del Este.
Tarás Fedirko. Antropólogo político y económico que estudia la guerra, los medios de comunicación y la oligarquía en Ucrania.
Publicado orginalmente
el 17 de octubre
de 2022