Nunca ha ocurrido nada malo: historia de dos genocidios


Victoria Amelina
14 de agosto de 2023

La trama es un cliché: el protagonista se muda a una casa antigua. Al principio, todo parece ir bien, pero pronto nos damos cuenta de que la casa fue testigo de un horrendo asesinato que ocurrió hace mucho tiempo. Los asesinos ya no son un peligro, no obstante, el personaje comienza a enfrentar dificultades: la casa está embrujada. El pasado ha envenenado el lugar.

Este tipo de escenarios nunca me parecieron especialmente aterradores. Me pregunto si es porque soy de Europa del Este. Si para embrujar una casa bastara con cometer un asesinato espantoso, en mi tierra habría pueblos embrujados, ciudades embrujadas y países embrujados en abundancia.

El historiador Timothy Snyder tituló su libro sobre estas tierras entre el Báltico y el Mar Negro Tierras de sangre: Europa entre Hitler y Stalin. En él relata el modo en que ambos regímenes persiguieron su proyecto utópico en mi Ucrania natal, asesinando en el proceso a millones de personas. El Terror Rojo y el genocidio ucraniano conocido como Holodomor, la matanza masiva de oficiales polacos y el llamado Renacimiento Ucraniano Ejecutado, que implicó la desaparición y matanza sistemáticas de cientos de escritores del país, el Holocausto y otros asesinatos masivos nazis ocurrieron aquí, en el territorio que yo llamo hogar. Estos acontecimientos convirtieron a la región en el lugar más mortífero del planeta durante las décadas de 1930 y 1940.

Los que no fueron asesinados directamente fueron desplazados de otras formas. Algunos fueron deportados, otros huyeron, abandonando los escenarios de sus dolorosos recuerdos junto con las tumbas de sus familias, para trasladarse a lugares cargados de los recuerdos embrujados de otros.

Si aceptamos la fórmula estándar de las películas de terror, es posible ver Europa del Este como una gran casa embrujada.

Por supuesto, no lo es, o no es sólo eso. Sin embargo, estas historias de terror transmiten una verdad subyacente: el pasado nos persigue, aunque no siempre podamos conectar directamente con él a través de nuestra propia historia familiar. Incluso cuando nuestras tragedias familiares personales y sus muertos yacen en otro lugar, las ciudades y pueblos donde vivimos se convierten en parte de nosotros, y heredamos sus historias. Algunos lugares están lo suficientemente embrujados como para provocar lo que se denomina un trauma secundario.

Es así como siento la ciudad de Lviv: como un miembro de mi familia cuya brutal historia forma ahora parte de mi propia historia. Y ésta incluye el Holocausto.

Judíos de Lviv
Judíos de Lviv durante la Segunda Guerra Mundial. Presumiblemente en el gueto de Lviv (Lwów). Hacia 1941.

Mi ciudad natal está situada justo en medio de las "tierras de sangre", en el oeste de Ucrania. Lviv fue fundada en 1256 por Danilo, rey de Rutenia. Sin embargo, los germanoparlantes la recuerdan como Lemberg, en el imperio austrohúngaro. Los polacos la recuerdan como Lwów. Durante la demasiado larga vida de la Unión Soviética, Lviv se rusificó: muchos de sus nuevos ciudadanos la llamaban L'vov.

Mis abuelos se trasladaron allí en los años 50 y 70, dejando atrás sus propias historias familiares sobre los mortíferos años 30 y 40 en el centro y este de Ucrania, que había sido el epicentro de la hambruna genocida. Cuando se establecieron en Lviv, ya no quedaba casi ninguna de las personas que habitaba la ciudad antes de la guerra. Sólo un puñado de nativos podría haber ofrecido un relato en primera persona de cómo había sido Lviv antes de la guerra. En 1939, Lviv albergaba a unos 110.000 judíos, lo que suponía un tercio de su población. En 1945 quedaban menos de mil supervivientes.

El sistema soviético nunca conmemoró el Holocausto. Una de las razones es que una vez que se define e identifica un genocidio, se pueden reconocer otros crímenes genocidas. El imperio soviético no quería que aprendiéramos nuestra historia. Décadas de educación y censura soviéticas aseguraron que, incluso después del colapso de la URSS, muchos en Lviv no se dieran cuenta de la sorprendente proximidad del Holocausto.

Durante mucho tiempo, la mayoría de los ciudadanos de la ciudad fueron como los ignorantes residentes de una casa embrujada cuyos fantasmas aún no se han dejado ver. De hecho, yo era uno de ellos, aunque en mi caso no había comprado la casa. Nací en Lviv en 1986.

De niña, me enamoré de la ciudad. Jugaba en el viejo parque cercano a la casa de mis abuelos, donde yo y mis jóvenes padres vivíamos sin mucho dinero. A diferencia de los claustrofóbicos edificios soviéticos, su apartamento, en un barrio histórico, tenía techos altos, habitaciones espaciosas y viejos marcos de ventana con brillantes manillas doradas.

Caminé por la ciudad sin fijarme en los pequeños trazos diagonales junto a los postes de las puertas, los puntos donde las mezuzás marcaban las casas judías. Oí hablar de una gran sinagoga histórica que se alzaba en el corazón de la ciudad, pero lo único que vi fueron unas viejas piedras y un descampado.

Ruinas de la sinagoga en Lviv
Ruinas de la Sinagoga de la Rosa Dorada en Lviv. Foto de Michael Byalsky.

Cuando, tras la caída de la Unión Soviética, recibimos nuevos libros de historia revisados en ucraniano, la palabra "Holocausto" entró en nuestro vocabulario. Además, por fin nos dimos cuenta de la magnitud de las matanzas perpetradas por los soviéticos. De repente, teníamos nueva información que memorizar para aprobar los exámenes de historia. Sin embargo, durante mucho tiempo fui incapaz de relacionar el horrible pasado con la hermosa ciudad llena de castaños en flor que florecían frente a nuestra ventana. Las víctimas no tenían nombres ni direcciones; no había placas en los edificios, ni monumentos conmemorativos, ni museos que documentaran la verdad sobre la carnicería.

Pasó mucho tiempo antes de que empezara a preguntarme quién había vivido en el apartamento de mis abuelos antes de que ellos se mudaran. ¿Qué les había ocurrido? ¿Cuál había sido su destino?

La historia de las "tierras de sangre" sugiere muchos destinos posibles para los antiguos residentes del apartamento. No son muchos los esperanzadores. ¿Eran polacos que tuvieron que marcharse debido a la política soviética? ¿Eran parte de la élite ucraniana perpetuamente asediada que había sido deportada al Lejano Norte? ¿O quizás habían sido judíos finalmente asesinados en el gueto de Lviv? No pude evitar preguntarme si la muerte o la miseria de alguien habían permitido que yo jugara dentro de estos muros y paseara por el viejo parque en el corazón de la ciudad. Todavía no lo sé. Incluso si los inquilinos de nuestro apartamento en particular habían estado entre los pocos afortunados, muchos de sus vecinos ciertamente no habían tenido tanta suerte.

Lviv
Lviv, junio de 2023. Foto de Alla Solod.

Estos días sigo encontrándome con mis "vecinos", los que vivían cerca del mismo viejo parque en otra época, antes de la Segunda Guerra Mundial. Nos perdimos en el tiempo, así que el lugar donde nos encontramos es en los libros.

Entre nuestros vecinos más próximos, que habitaban un apartamento a la vuelta de la esquina, estaba la familia de Philippe Sands, el autor de la obra Calle Este-Oeste: Sobre los orígenes de "genocidio" y "crímenes contra la humanidad". Este brillante libro analiza la vida y obra de Raphael Lemkin y Hersh Lauterpacht, los abogados que desempeñaron un papel clave en los juicios de Núremberg, y que, en el proceso, definieron nuestros conceptos modernos de los derechos humanos. Si no fuera por estos dos hombres, que casualmente también vivían y estudiaban en la ciudad de Lviv, el mundo sería hoy un lugar diferente. Al igual lo seríamos mi familia y yo.

Uno de los juristas que aborda Philippe Sands es Raphael Lemkin, quien acuñó el término "genocidio" para describir la destrucción sistemática de una nación. Gracias al trabajo de Lemkin, ahora podemos calificar de genocidio lo que mi familia también sobrevivió. Me refiero, por supuesto, al Holodomor, la hambruna organizada por Stalin en 1932-33. Sin Lemkin, probablemente no tendría la capacidad para reflexionar sobre la historia de mi familia de la forma en que lo hago ahora. No tendría el lenguaje para entender e identificar los crímenes de Stalin. Es así como relaciono el Holodomor que sufrió mi familia en el este de Ucrania con el Holocausto en Lviv, donde nací. Resultó que quienes habían vivido y perdido a sus seres queridos en Lviv me ayudaron a comprender mejor mi propia historia familiar y a llorar mis pérdidas.

Parece más que un milagro que haya descubierto esta conexión en un libro escrito por alguien que parece ser descendiente de mis antiguos "vecinos".

Al inicio de su obra, Sands se describe a sí mismo sentado en un banco del parque en el que su abuelo Leon podría haberse sentado hace un siglo. Y resulta que es el mismo banco, en el mismo parque, en el que yo jugaba de niña durante los últimos días de la Unión Soviética.

Sands y yo compartimos este parque con otro hijo de los años veinte: el célebre escritor y filósofo polaco Stanisław Lem. Gran pensador, quizá sea más conocido como autor de la novela de ciencia ficción Solaris, posteriormente adaptada al cine por Andrei Tarkovsky (1972) y Steven Soderbergh (2002). Stanisław Lem fue uno de los pocos descendientes de judíos que sobrevivieron al Holocausto en Lviv. Nunca quiso hablar ni escribir explícitamente sobre su experiencia, y nunca regresó a la ciudad. Pero este "vecino" silencioso se convirtió en algo importante para mí como escritora. Quería entender cómo se solapan y transponen los silencio en torno a los genocidios. Cuando me atreví a escribir sobre el superviviente del Holodomor que vivía en el mismo apartamento que los supervivientes del Holocausto, ambienté mi novela precisamente en el apartamento de Stanisław Lem en Lviv, cercano al viejo parque que compartimos todos los "vecinos".

El viejo parque también es mencionado en el ensayo "Mi Lviv" del poeta polaco Josef Wittlin, cuyas palabras sobre la ciudad me dejaron impactada. "Juguemos a los idilios", escribió en 1946, "juguemos a que desde los días de nuestra infancia nunca ha ocurrido nada malo en Lwów ni en el mundo entero". Un momento, pensé, ¿no había estado jugando a ese mismo juego durante años?

Esperaba que mis "vecinos" me contaran las historias de las calles que llegamos a compartir. Pero, sorprendentemente, también me contaron historias sobre mí.

Ahora, no puedo evitar ver las huellas de las mezuzás. Cada vez que me acerco al barrio residencial donde una vez estuvo el gueto, reflexiono sobre su historia. En 1992 se erigió un monumento que marca el amargo legado de aquel lugar. En 2016, apareció por fin un complejo conmemorativo en la manzana vacía donde antaño se alzaba la majestuosa sinagoga de la Rosa Dorada. La decisión sobre cómo marcar el espacio suscitó debates. Algunos abogaban por la restauración de la sinagoga. A otros les habría gustado que las citas de las memorias de los supervivientes, transcritas en las piedras del complejo, incluyeran referencias a las nacionalidades de los colaboradores nazis.

El monumento transformó el espacio, pero nunca podrá desplazar la historia que marca. Las historias de los fallecidos y los monumentos que los conmemoran no buscan poner fin a una conversación, sino más bien iniciarla. Aún tenemos que hablar del pasado. Y mucho. Podemos ayudarnos unos a otros a llorar a nuestros muertos, como Raphael Lemkin y Hersch Lauterpacht me ayudaron a mí y a millones de personas de todo el mundo, independientemente de su nacionalidad.

¿Cómo puedo devolver el favor? Como ciudadana de Lviv, quiero asumir la responsabilidad del pasado de la ciudad, con todas sus historias, bellas y feas, con todas sus culpas. Como escritora, lo que puedo hacer es escuchar los silencios que emergen desde el suelo de la ciudad y esforzarme por traducirlos a una lengua comprensible para los vivos.

Ruinas de la sinagoga en Lviv
Ruinas de la Sinagoga de la Rosa Dorada y monumento commemorativo, Lviv. Foto de Michael Byalsky.

Ninguna ciudad está condenada a estar embrujada para siempre. Rompemos el hechizo no cuando desterramos a los fantasmas, sino cuando los invitamos a desayunar. Un verdadero hogar es un lugar donde conoces a tus vecinos por su nombre. Y esto incluye a aquellos que fueron asesinados, a quienes ayudaron a matarlos, a los que sobrevivieron y a los que arriesgaron la vida de sus familias para rescatar a los perseguidos. Hoy en día, cuento con vecinos, tanto vivos como muertos, de quienes aprendo, sobre quienes escribo y a quienes dirijo mis escritos.

Mi "vecino" Stanisław Lem, superviviente del Holocausto, evitó escribir directamente sobre sus recuerdos del genocidio. Como autor de ciencia ficción, abordó temas sobre la humanidad en su conjunto, nuestra culpa hacia los demás y la imposibilidad de tener una segunda oportunidad. Ahora, tampoco estoy segura de que todas las personas merezcan una segunda oportunidad; los crímenes contra la humanidad y los genocidios son precisamente los crímenes imperdonables. Pero creo que hay una segunda oportunidad para cada ciudad. Cada ciudad debería tener la oportunidad de renacer como un hogar: un lugar para la infancia idílica de las nuevas generaciones, donde conozcamos y honremos a nuestros buenos vecinos a través del tiempo.


Traducido por Juan González

Artículo original

Publicado orginalmente el 19 de mayo de 2023



Victoria Amelina

Victoria Amelina. Fue una informática, escritora y a raíz de la invasión a gran escala rusa, investigadora de crímenes de guerra. Victoria Amelina fue una de las trece víctimas mortales del ataque ruso a una pizzería en Kramatorsk, el 27 de junio de 2023. Un año antes, tras la liberación del óblast de Járkiv, Amelina rescató el diario enterrado del poeta y escritor infantil, Volodymyr Vakulenko, secuestrado y ejecutado por Rusia. En el prefacio a su diario Amelina escribió: 'Pertenezco al nuevo Renacimiento Ejecutado', en referencia a los masivos asesinatos de la intelligentsia ucraniana por parte de la Unión Soviética en los años 30. El asesinato de Victoria Amelina es otra terrible muestra del carácter genocida de la invasión rusa.