Una guerra incómoda: ¿qué hacer cuando Rusia ataca a Ucrania y tú eres de izquierdas?


Denys Gorbach
28 de febrero de 2023

El pasado 24 de febrero el ejército ruso comenzó su invasión a Ucrania. A finales de la tercera semana ya se cuentan por miles las víctimas civiles. Numerosos hospitales y escuelas han sido destruidas por los bombardeos. Las ciudades asediadas están sufriendo una verdadera crisis humanitaria, mientras que el agresor utiliza munición prohibida por las convenciones internacionales. ¿Cómo ha reaccionado la izquierda francófona ante este drama?

Los líderes de las organizaciones de la izquierda francesa han hecho solo un cambio retórico en relación a sus declaraciones de antes del 24 de febrero: después del inicio de la guerra, denuncian las acciones del gobierno ruso. Durante todo el año precedente, cuando Putin acumulaba tropas alrededor de la frontera ucraniana, no habían dicho nada. Más allá de esta notable evolución, poco más ha cambiado. Toda denuncia de Putin va seguida, inevitablemente, por la frase ritual sobre "Occidente" o "la OTAN" o "el imperialismo americano" que, según ellos, han jugado un papel tan importante o más que Rusia.

Jean Luc Mélenchon refunfuña contra "la anexión de Ucrania por la OTAN"; la AIT distribuye pegatinas invitando a los soldados ucranianos a desertar en lugar de defender sus ciudades (hay erratas evidentes en los textos de estas pegatinas, claramente escritas por un ruso, aunque no es grave, porque de todas formas estas pegatinas se pegan en ciudades francesas, lejos de cualquier soldado ucraniano); el NPA alerta contra las tropas americanas, que no están allí; Nathalie Arthaud ha decidido que era el momento idóneo para expresar, por enésima vez, el dolor causado por los imperialistas occidentales.

Los militantes, habitualmente tan resueltos en su apoyo a todas las víctimas de la guerra y del capitalismo, de repente han pasado a matizar y a "reflexionar" -como si esperaran tentar su suerte en un concurso para el puesto de director de Sciences Po Paris (desgraciadamente ya no está vacante)- ¿Por qué este cambio de tono?

Esta torpe reacción puede explicarse por el malestar que causa el cambio en esta guerra de los roles tradicionalmente reservados a los campos geopolíticos. Poco antes, la izquierda francesa que, al igual que la estadounidense, no presta mucho interés a la política internacional, ha desarrollado un esquema estandarizado para calificar cualquier guerra o crisis en el extranjero: hacer responsable al imperialismo "americano" (en Francia, tanto a izquierda como a derecha, se utiliza la expresión arcaica pero atractiva de "atlantismo"). Hasta ahí, en la mayoría de los casos, esta intuición daba sus frutos, coincidiendo poco o mucho con la realidad, en base a la dominación político- económica de las fuerzas "occidentales". Sin embargo, este cliché es responsable de graves errores fácticos cometidos en los análisis occidentales de la guerra en Siria: Priyamvada Gopal, Leila al-Shami, Yassin al-Haj Saleh, Jairus Banaji y otros muchos autores han escrito sobre la parcialidad geopolítica que impidió a la izquierda occidental identificar la contribución decisiva del gobierno ruso en la tragedia humanitaria humanitaria siria. Asimismo, cualquier crítica hacia el gobierno chino es rechazada por ver en ella una actitud favorable a ese famoso "atlantismo".

La lectura geopolítica predominante en los análisis es la triste herencia de la crisis intelectual del movimiento socialista mundial, que le sacude desde la caída de la URSS. Desorientada, la izquierda milita, en primer lugar, contra el mundo "unipolar" y la "mundialización". Los instintos heredados de la guerra fría -la asimilación de Washington al capitalismo/imperialismohan sido adaptados a la nueva situación y reforzados en los años 2000, cuando los nuevos candidatos a la hegemonía internacional, incluida Rusia, han hecho su aparición. La lucha contra el capitalismo ha sido reemplazada por la lucha contra el "neoliberalismo" (a favor de otras formas capitalistas, más benéficas) y contra el "imperialismo" (exclusivamente anglo-americano, y a veces israelí y francés). Paradójicamente, a quienes cuestionan estas opiniones reformistas y nacionalistas en favor de enfoques anticapitalistas e internacionalistas más radicales, se les tilda de "liberales y nacionalistas".

Parece ser que esta óptica hace una distinción entre dos tipos de nacionalismo. Esta distinción no tiene criterios estructurales claros, apoyándose, sobre todo, en intuiciones o impresiones de los "antiimperialistas" occidentales. En su visión del mundo existen nacionalismos buenos, que merecen un apoyo incondicional: el nacionalismo irlandés, el palestino, el kurdo, el catalán, el bretón, el vasco, con frecuencia el ruso, a veces el francés. Los ingleses y los blancos americanos también están autorizados a ser nacionalistas e incluso racistas, a condición de que "las reivindicaciones legítimas de la clase obrera blanca" sean racionalizadas como una respuesta ingenua pero sostenible a los estragos del neoliberalismo. Estas excusas no se autorizan a los nacionalismos malos, concentrados geográficamente, sobre todo, en la región del este europeo, como Ucrania. Los bárbaros orientales no merecen apenas comprensión o análisis profundo. Es un terreno donde los occidentales pueden ejercer sus posturas más duras, después de haber cerrado los ojos ante las derivas de carácter ultraderechistas en otras regiones. La razón de esta diferencia de trato es la óptica geopolítica: el carácter progresivo o reaccionario de todo fenómeno político es analizado en relación con el mal último, que es el imperialismo americano. Eso explica que el inmenso número de movimientos políticos en los rincones más alejados del mundo estén ausentes de la atención de la izquierda occidental: como no puede vincular estos conflictos africanos y asiáticos a su esquema analítico, prefiere no hablar en absoluto de ellos.

La pobreza de este análisis debería ser evidente. La guerra en Ucrania, iniciada claramente por el gobierno ruso, no puede ser explicada de una manera convincente por referencias a las políticas siniestras de la OTAN. Muy brevemente, expondré algunos aspectos de las deficiencias de la lógica campista. En primer lugar, Rusia no es la URSS. Nadie puede sostener que se trata de un "Estado obrero", aunque "deformado". Por chocante que les resulte a algunos que se imaginan apoyando a los tanques rusos en Praga, los tanques y misiles que destruyen actualmente las ciudades ucranianas son enviados por un régimen anti-comunista virulento y entusiasta de las políticas neoliberales. Incluso en el marco de la lógica "tanquista" de los años 1970 (apoyo a la "patria del proletariado mundial") es difícil encontrar una justificación a esta invasión. Segundo, el imperialismo, así como el neoliberalismo, no es una cosa. Es, más bien, una relación que actualmente estructura el capitalismo a escala mundial. Por lo tanto, no puede asociarse a las políticas de un país en particular. Hasta principios del presente siglo, los Estados Unidos, efectivamente, mantuvieron una posición hegemónica en estas relaciones, sobredeterminando los desarrollos en el escenario internacional. Hoy, ya no es el caso. No todo lo que ocurre ocurre en este planeta está inspirado por Washington. La manía de los analistas occidentales que buscan a la OTAN por todas partes puede ser comparada a los instintos de los intelectuales nacionalistas ucranianos que son capaces de encontrar huellas rusas en cada fenómeno desagradable, incluyendo el movimiento de los chalecos amarillos. El nivel argumentativo es el mismo.

En tercer lugar, estas gentes parecen pensar que solo la OTAN y Putin son capaces de accionar. Pero tomando distancia respecto a estrictas lecturas geopolíticas, puede observarse la presencia de decenas de millones de personas con un rol agente propio, y que habitan, por ejemplo, en Ucrania. Estas personas no son marionetas del Kremlin, del Pentágono o de Bruselas. Tienen su propia voluntad, sus intereses y sus perspectivas. Ignorar las preocupaciones de la clase obrera ucraniana, centrándose solo en un puñado de hombres fuertes del Kremlin o del Pentágono es profundamente problemático, no solamente desde el punto de vista ético, sino también heurístico, esto es, como técnica de investigación. La sociología, la antropología yla economía política proporcionan herramientas mucho más útiles para un análisis crítico que la geopolítica, a menos que el objetivo sea producir clichés políticamente correctos en vez de comprender la esencia del problema.

¿Pero quiénes estarían actuando en Ucrania? ¿No son todos nazis? No voy a ne gar la existencia del problema de la extre ma derecha, que pesa seriamente sobre la sociedad ucraniana. Hay muchos trabajos serios consagrados a los nazis ucranianos, entre ellos algunos escritos por el autor de estas líneas. Aquellos que estén verdaderamente preocupados por la relación con los nazis ucranianos no tienen más que leer estos textos, que por otro lado jamás ha interesado a la izquierda francófona. Es una buena ocasión para informarse, para formarse una posición sobre el tema y comprometerse en el combate internacional contra la extrema derecha al lado de los camaradas ucranianos.

Aquí se indican algunos breves elementos de esta historia compleja:

  • Ucrania es un país heterogéneo en el plano etnolinguístico, lo que no la convierte en defectuosa o exótica (los grupos etnolinguísticos belgas están más alejados los unos de los otros que los ucranianos);
  • esta heterogeneidad ha devenido un desafío politizado a partir de los años 2000 e impuesto por la lógica de la competencia parlamentaria;
  • la extrema derecha es un subproducto de esta polarización que quedó fuera del control de las élites políticas hacia 2013-2014;
  • se encuentra en los dos lados de la escisión política (pro-rusa y pro-ucraniana), aunque los nazis pro rusos a veces se llamen a sí mismos "patriotas antifascistas";
  • la extrema derecha "pro-ucraniana" plantea un enorme problema a la sociedad ucraniana, y eso empeora con la invasión rusa;
  • hasta ahora, a pesar de su influencia en el seno de la sociedad civil liberal ucraniana, la extrema derecha no ha conseguido más que el 2-3% en las elecciones durante los diez últimos años;
  • la "descomunización" y el planteamiento centralizador -que recuerda al francés- en el terreno lingüístico, eran tendencias muy inquietantes en tiempos "normales", es decir, antes del 24 de febrero;
  • el regimiento neo-nazi Azov es un factor no desdeñable en la política interna, pero es una gota de agua en el océano en relación a la totalidad del ejército ucraniano en el contexto de la guerra actual.

Dicho de otra forma, ni la sociedad, ni el Estado, ni el ejército ucranianos son nazis, aunque, en principio, la extrema derecha es muy real y peligrosa. ¿Esta peligrosidad se atenuará si Occidente deja de apoyar a Ucrania en esta guerra? Al contrario, ante ese escenario asistiríamos a la creación de una entidad política vencida por los rusos, mermada geográficamente y encarnizada en un nacionalismo virulento. La humillación de la derrota y la cólera hacia los "traidores liberales occidentales" sería el ambiente ideal para la expansión de Azov y similares.

Estaríamos encantados si la izquierda francófona comenzara, por fin, después de todos estos decenios, a interesarse por la política ucraniana y a ayudarnos en nuestro largo combate contra Azov y otros grupúsculos de extrema derecha, así como contra las leyes liberticidas en el terreno cultural. Nunca es tarde para este tipo de solidaridad, sobre todo visto que los camaradas franceses tienen mucho que enseñarnos, después de su decisiva "victoria" política sobre todas las tendencias derechistas en su propio país. Los ucranianos, que votaron un 73% por un judío rusófono con programa antinacionalista, tienen que tomar lecciones de los compatriotas de Marine Le Pen y Eric Zemmour. En serio, espero que los lectores de este artículo estén de acuerdo en que la presencia de tendencias inquietantes en la política interna no puede, de ninguna manera, justificar una invasión autoproclamada "humanitaria". Si la protección de la población rusófona de Ucrania consiste en masacrar a esta misma población con millares de bombas de racimo y termobáricas, tiemblo con la idea de la protección que puede proporcionar el régimen de Erdogan a la población musulmana francesa. Afortunadamente, Francia está protegida contra este tipo de amenazas por sus alianzas militares, lo que no es el caso de Ucrania.

Mientras que esperamos que la izquierda occidental se pronuncie abiertamente contra el régimen de ultraderecha putinista y recupere la tradición socialista de apoyo a las luchas de las pequeñas naciones contra los opresores imperialistas, observamos una actitud que no hace más que agravar la situación. Los socialistas occidentales que condenan en bloque a todos los ucranianos en tanto que "nazis atlantistas" no son agentes neutros. Sus posiciones influencian las actitudes en el seno de la sociedad ucraniana, que se aleja poco a poco de la izquierda en la medida en la que a esta se la percibe como "pro-putiniana". Reforzando los estereotipos implantados por la derecha ucraniana, la izquierda occidental ayuda a silenciar cualquier iniciativa progresista y amplifica el mensaje de los nacionalistas. Esta profecía autocumplida justificaría, retrospectivamente, las posiciones tomadas hoy. El narcisismo de los socialistas en los países ricos se afirmará al precio del progreso social y político de un país de la periferia europea.

Hace una decena de años yo hubiera dicho que el deseo de la izquierda occidental de corroborar sus opiniones prevalecería de todos modos, en todas circunstancias, sobre la voluntad de profundizar en su análisis y de construir una solidaridad activa. Pero contrariamente a esta visión pesimista, los camaradas en el primer mundo fueron capaces de salir de su zona de confort y apoyar la lucha de los kurdos sirios -a pesar del carácter nacionalista y "militarista" de este movimiento, encuadrado en un partido único y aliado del gobierno estadounidense. La solidaridad con la lucha ucraniana podría ser el próximo paso en la dirección del movimiento anticapitalista mundial, fundado sobre la igualdad y la cooperación de los trabajadores y trabajadoras, alejado de la lógica vergonzosa de las "áreas de influencia exclusivas" imperiales.

Todavía estamos lejos de ello. La superposición de la izquierda occidental entre dos ópticas -la de la pureza política y la del realismo reformista- sitúa a los obreros y a los socialistas ucranianos en un doble callejón sin salida. Por un lado, los ucranianos son condenados por desear unirse a la OTAN (ese deseo ha pasado a ser mayoritario últimamente y únicamente a causa de la escalada rusa) y de dotarse de medios para llevar a cabo una resistencia armada al invasor. Están sometidos a las estrictas exigencias del antimilitarismo, del antipatriotismo y de la adhesión al programa socialista de transformación del mundo. Si la nación al completo no es mega-híper-internacionalista- comunista, no parece digna del precioso apoyo de los socialistas de los países ricos.

Al mismo tiempo, estos últimos se permiten el lujo de razonar de modo "realista", siendo muy moderados en el plano socioeconómico de sus programas y privilegiando la óptica de la escuela realista en las relaciones internacionales. Un movimiento que se dice comunista e internacionalista está utilizando la óptica de los intereses de las grandes potencias.

De ahí las respuestas típicas a la actual guerra: es triste pero no nos concierne. O la de que condenamos la guerra y por eso no vamos a hacer nada para pararla, ni siquiera una toma de posición. Porque de todas formas, claro, la culpa es de la OTAN que ha "acorralado" al pobre Vladimir Putin y que le ha provocado. Por supuesto Putin debe ser denunciado, pero hay que pensar en ofrecerle “garantías de seguridad". Ellos, los ucranianos, no merecen garantías de seguridad pues no fascinan a la imaginación occidental tanto como Rusia exótica y atrayente. Idealmente, todos seríamos muy felices en un mundo sin naciones ni fronteras, pero, puesto que existe un imperialismo descontento, vale más darle lo que quiere y continuar criticando a nuestro propio imperialismo, tranquilamente. No hay alternativa, como ha dicho uno de los clásicos marxistas.

¿Qué posición me parece razonable? El marco simplista propuesto por los relatos liberales no es adecuado. Estoy lejos de imaginar esta guerra como una "lucha de civilizaciones", una confrontación entre la Ucrania democrática y la Rusia genéticamente autoritaria y malévola o un delirio personal del dirigente ruso. Como todo fenómeno social, es complejo, y esta complejidad no puede sacrificarse a un buen eslógan. Aquellos que quieran comprender mejor el contexto de esta guerra pueden hacerlo remitiéndose a la literatura universitaria y militante que existe sobre este tema. No solo la UE, los EEUU e Israel/Palestina merecen que se los estudie en profundidad.

No obstante toda esta complejidad, creo pertinente:

  • dar pleno apoyo a la resistencia ucraniana, armada y no armada;
  • denunciar claramente al agresor ruso, sin reservas rituales en relación a la OTAN;
  • exigir la retirada de todas las tropas rusas de la totalidad del territorio ucraniano, como condición necesaria para una posible autodeterminación democrática;
  • exigir la anulación de la deuda externa ucraniana;
  • exigir la confiscación de la propiedad de los oligarcas rusos (y posiblemente ucranianos) para compensar los daños causados por la guerra;
  • exigir la acogida generosa, incondicional e igual para todas las personas que huyen de Ucrania y de otros países del mundo para encontrar asilo en los países ricos;
  • el lanzamiento de un programa de transición energética coordinada a escala mundial para poner fin a la dependencia de los hidrocarburos y las derivadas políticas que resultan;
  • exigir el desarme de todas las "grandes potencias"
  • exigir la prohibición de las armas nucleares así como de otros tipos de armamento considerados hoy en día bárbaros;
  • exigir la democratización de la ONU, que debe dotarse de resortes eficaces para poner en marcha estas reivindicaciones. En mi opinión, un nivel elemental de reflexión y de responsabilidad política exigen la adhesión a estos puntos mínimos.

Traducido por Trasversales

Artículo en francés

Publicado orginalmente el 24 de marzo de 2022



Denys Gorbach

Denys Gorbach. Sociólogo, es miembro del consejo editual de la revista ucraniana Commons, orientada hacia un cambio social que erradique la explotación, la desigualdad y la discriminación.