Argumentos para una «agenda de izquierda» frente a la guerra en Ucrania
Catherine Samary
27 de febrero
de 2024
“Al comienzo de la invasión, ciudadanos de todos los orígenes sociales hacían cola ante los centros de reclutamiento. Casi dos años después, este ya no es el caso. (...) Pero para que la gente arriesgue sus vidas, debe estar segura de que es justo [...]. Hay que ofrecerles la oportunidad de participar en la definición del futuro del país”.1
Miembro de la organización ucraniana Sotsialnyi Rukh, Oleksandr Kyselov recuerda aquí en primer lugar una característica esencial ignorada por muchas corrientes de izquierda: lo que fue la movilización popular masiva frente a la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero de 2022. Frente a la dificultad de mantener este nivel de movilización en el contexto de una guerra mortífera que dura y ataques sociales del régimen de Zelensky, Kyselov subraya entonces un doble desafío, democrático y social. Esta es la sustancia de lo que designa como una “agenda para la izquierda” que tenemos que hacer nuestra, escuchando lo que expresan la izquierda ucraniana y las organizaciones de una sociedad directamente afectada por esta guerra.
Tal ha sido y sigue siendo la orientación de la red europea de izquierda creada desde la primavera de 2022, el RESU/ENSU2: su plataforma expresa el apoyo a la resistencia popular ucraniana contra la invasión rusa, en rechazo de todos los colonialismos y sobre bases independientes de todos los gobiernos. Esta orientación se distinguía de diferentes otras agendas antiguerra de corrientes que se reclaman de izquierda, especialmente de las que planteaban una equivalencia entre Ucrania y Rusia, donde domina un capitalismo oligárquico, porque su internacionalismo era ciego a las relaciones de dominio neocolonial e imperial de Rusia. Criticábamos las posturas que ignoran la dimensión esencial de la lucha de liberación nacional de Ucrania contra la ocupación rusa. Lo que también las llevó a ocultar o denigrar el papel clave de la resistencia armada y no armada de Ucrania, considerada como un simple “proxy” de los intereses de las potencias occidentales. Ciertamente podían compadecerse del destino de la población ucraniana condenada a ser solo carne de cañón por una causa extranjera (los objetivos del imperialismo occidental), una víctima pasiva en cuyo nombre se arrogaban el derecho de decretar que había que dejar de luchar. Dos variantes se injertaron en esta posición: si se reconocía la existencia de un imperialismo ruso, la guerra se denunciaba como “interimperialista”, Estados Unidos y la OTAN compitiendo con Rusia por el control de Ucrania. Pero otras corrientes consideraban que los argumentos rusos estaban fundados (aunque pensaran que la invasión era algo abusivo): entonces hicieron de la OTAN la causa de una guerra lanzada por Rusia para protegerse de ella, retomando también la visión de la caída del presidente ucraniano Yanukovich, llamado proruso en 2014, como “un golpe de Estado fascista” y antiruso apoyado por la OTAN.
Un manifiesto feminista en marzo de 2022 también defendió una postura pacifista frente a la guerra ignorando el punto de vista de las feministas ucranianas: me negué a firmarlo por esta razón, aunque obviamente compartía el apoyo a las feministas rusas pacifistas. En crítica de este Manifiesto, el taller feminista de la ENSU se puso en contacto con las mujeres ucranianas y apoyó su Manifiesto feminista “El derecho a resistir”. Fue la primera acción internacional que ilustró la agenda de izquierda defendida a favor de una Ucrania independiente y democrática, prolongada por numerosas iniciativas de colectas y convoyes sindicales que se conectan directamente con organizaciones de la sociedad civil ucraniana.
Hacer visibles las causas de la guerra y la resistencia ucraniana
Varias características de esta guerra explican, sin justificarla, la tendencia dominante de la izquierda a ocultar Ucrania y su resistencia popular a una invasión imperial rusa. Podemos reducirlas a la dificultad de existir “a la izquierda” en la propia Ucrania, teniendo que luchar en varios frentes: disociarse del pasado estalinista alabado por Putin; oponerse a la invasión y a la voluntad de dominación gran-rusa mientras se impugnan los ataques sociales del régimen neoliberal de Zelensky y sus posiciones ideológicas, aún más apologéticas de los “valores” de Occidente en la medida que el país tenía una necesidad vital de su ayuda financiera y militar frente al poder ruso; el hecho de que la guerra consolidara la OTAN y favoreciera la militarización de los presupuestos.
Pero hay que añadir a estas dificultades un factor ideológico y político esencial en el posicionamiento a la izquierda sobre esta guerra: ¿cómo se trataron las “cuestiones nacionales” en general3, y la cuestión ucraniana en particular, entre los marxistas y, más en general, las orientaciones que reclaman movimientos de emancipación? ¿La defensa de Ucrania era “reaccionaria” o “pequeña burguesa” por esencia? En la víspera de la invasión de febrero de 2022, Putin se reclamó de Stalin contra un Lenin que habría “inventado” Ucrania, una narrativa que Hanna Perekhoda cuestiona con fuerza.
Ucrania, por otro lado, fue sin duda para la evolución del pensamiento de Lenin lo que Irlanda había sido para Marx4 en el rechazo de un pseudo universalismo proletario que se decía marxista, ciego ante las relaciones de dominación y opresión que se combinan con las relaciones de clase. El reconocimiento del derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, por lo tanto, de la realidad de una lucha de liberación nacional, ha sido esencial y sigue siendo profundamente actual contra la invasión imperial rusa de Ucrania5.
Por lo tanto, la agenda de izquierda defendida aquí tiene una tarea esencial: verificar / demostrar la realidad de la resistencia popular ucraniana a la guerra. Laurent Vogel, miembro del colectivo belga de la ENSU, subraya “hasta qué punto es global la resistencia: en el frente contra el ocupante, en la retaguardia por una sociedad más igualitaria y democrática. En varias pequeñas empresas, han surgido formas de autogestión [...]. Para todas las actividades esenciales como la salud, la educación, el transporte, la creatividad de los colectivos de trabajo tuvo que improvisar soluciones de emergencia que demostraron una mayor eficacia que la propuesta por la dirección” .
Las debilidades de la resistencia popular son reales después de unos dos años de guerra, como analiza Oksana Dutchak, miembro del comité editorial de la revista ucraniana Commons. Evoca un sentimiento de “injusticia en el proceso de movilización, donde las cuestiones de riqueza y / o corrupción conducen a movilizar mayoritariamente (pero no exclusivamente) a las clases populares, lo que va en contra de la imagen ideal de la “guerra popular” en la que participa toda la sociedad. [...] Esto no significa que toda la sociedad haya decidido abstenerse de luchar contra la agresión rusa, al contrario: la mayoría entiende las oscuras perspectivas que impondría una ocupación o un conflicto congelado, que podrían intensificarse con los esfuerzos renovados [de Rusia]. Si bien la mayoría se opone a muchas acciones del gobierno e incluso puede odiarlo (una actitud tradicional en la realidad política de Ucrania durante décadas), la oposición a la invasión rusa y la desconfianza hacia cualquier posible acuerdo de “paz” con el gobierno ruso (que ha violado y sigue violando todo, desde los acuerdos bilaterales hasta el derecho internacional y el derecho internacional humanitario) son más fuertes y es muy poco probable que esta situación cambie en el futuro [...] una visión socialmente justa de las políticas llevadas durante la guerra y la reconstrucción de la posguerra es una requisito previo para canalizar las luchas individuales por la supervivencia hacia un esfuerzo consciente de lucha comunitaria y social - contra la invasión, por la justicia socioeconómica”.
La lucha en varios frentes, contra todos los campismos
Es tal lucha en varios frentes la que da a nuestra agenda de izquierda pistas de acción social y sindical para ayudar a la resistencia ucraniana. Pero también es con esta lógica con la que debemos tratar de manera concreta la cuestión de la ampliación de la UE a Ucrania y el apoyo a la lucha armada ucraniana, fuentes de las principales divergencias6. Esto debería ayudar a superar varios “campismos”7 o la elección de un “enemigo principal” que conduzca a apoyar al “enemigo de mi enemigo” callando sobre sus propias políticas reaccionarias.
No nos enfrentamos solo a un imperialismo occidental, histórico, especialmente encarnado por Estados Unidos y la OTAN. En Europa del Este, el agresor o la amenaza directa es el imperialismo ruso de Putin apoyado por todas las extremas derechas mundiales. El impacto de su propaganda en la izquierda o en las poblaciones alejadas de Rusia es su denuncia de las pretensiones hegemonistas del imperialismo occidental, como hacen otros autócratas reaccionarios a la cabeza de los BRICS+. Lo que de hecho rechazan de Occidente no es la política dominante imperialista, sino el monopolio occidental de tales relaciones. Lo que denuncian de Occidente tampoco es todo lo que oculta las brechas entre las libertades y los derechos reconocidos (para las mujeres, LGBT+, etc.) y las realidades, sino que son esos propios derechos.
Pero también hay que desafiar un campismo “antiruso”, apologético de Occidente. Esta no es la lógica de la plataforma de RESU/ENSU. Por el contrario, los amplios frentes de solidaridad con Ucrania pueden abarcar, y es importante, una inmigración ucraniana “antirusa” que apoya políticas neoliberales como las de Zelensky, y acrítica sobre la UE y la OTAN. Es esencial trabajar por el respeto del pluralismo dentro de estos frentes, permitiendo la autonomía de expresión de RESU/ENSU y de las corrientes sindicales. Pero también es necesario impulsar los debates dentro de las corrientes de izquierda sobre cómo avanzar una alternativa a las “soluciones” prácticas que se ofrecen a la población ucraniana para protegerse de las amenazas gran-rusas.
De la UE a la OTAN, ¿qué Europa igualitaria y solidaria?
Las respuestas concretas solidarias y desde abajo a los ataques sufridos por la sociedad ucraniana a menudo son suplantadas en la izquierda por pseudo-orientaciones que se reducen a calificar de capitalistas a la UE y a la OTAN y a acusar de “pro” (pro-UE o pro-OTAN) cualquier aceptación de la adhesión de Ucrania a estas instituciones. Sin embargo, las mismas corrientes de izquierda están en su mayoría en países miembros de estas instituciones, y no se les oye llevar a cabo de forma constante campañas para abandonarlas. Lo que no significa que hayan renunciado a analizarlas y combatirlas. Pero, ¿cómo hacerlo?
Independientemente incluso de la guerra en Ucrania y sus efectos, la izquierda anticapitalista se ha enfrentado, de hecho, durante décadas, a la exigencia de un análisis crítico de estas instituciones sin que sea posible o eficaz hacer campaña para “salir de ellas” independientemente de los contextos de crisis que las afecten.
En lo referido a la UE, el Brexit está lejos de haber encarnado o permitido una orientación de izquierda convincente, como tampoco la rendición de Tsipras ante los dictados de la Comisión Europea. Es necesario construir una lógica de propaganda y lucha dentro/contra/fuera de la UE8, con sus dimensiones tácticas “transitorias”, a actualizar en contextos variables. La UE se enfrenta a contradicciones, aún mayores frente a la crisis Covid, las emergencias ambientales y la guerra en Ucrania: analicémoslas y debatámoslas concretamente. En lugar de rechazar la adhesión de Ucrania, como expresa dramáticamente Jean-Luc Mélenchon, debemos plantear a nivel europeo las mismas batallas que lidera la izquierda ucraniana: por la justicia social y medioambiental, por la democracia y la solidaridad en la gestión de los “comunes”, y por el fracaso de cualquier relación de dominación neocolonial.
Es preciso que las aspiraciones populares que se expresan en Ucrania, ampliamente compartidas por las poblaciones europeas, sirvan para cuestionar la “gobernanza” de la UE, que está dispuesta a expandirse, con el objetivo de avanzar en una alternativa progresista en todo el continente. Así que hagamos un balance de las políticas neoliberales de dumping fiscal y social que han acompañado a las anteriores ampliaciones y que se están impulsando en Ucrania: ¿son capaces de permitir la derrota de la invasión rusa así como un funcionamiento eficaz y solidario de la UE? ¿O son fuente de desunión, de profundización de las desigualdades y fracasos explosivos?
La victoria contra la invasión rusa no puede ser simplemente “militar”, pero no puede prescindir de las armas. Sin embargo, estas faltan cruelmente para proteger a las poblaciones civiles, las infraestructuras del país, la posibilidad de exportar por el Mar Negro. Pero la paz solo es posible si es justa porque es decolonial, respetando el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, y por lo tanto también las aspiraciones a la igualdad y la dignidad. Por eso, la opción de construir una unión ampliada a Ucrania y otros países candidatos puede asociarse con un cuestionamiento radical de las políticas basadas en la competencia de mercado y las privatizaciones. La financiación pública prioritaria debe ir a la ampliación de los servicios públicos (nacionales y europeos en transporte, educación, salud), en particular sobre la base de “fondos para la ampliación”. Exigen otra “gobernanza” de la Unión y una revisión concienzuda de los Tratados para hacer viable una Unión ampliada y más heterogénea. Esto también debe afectar a la “salida” de la guerra.
En lo que se refiere a la OTAN, la izquierda europea no aprovechó el momento de una campaña para su disolución cuando estaba al orden del día, en 1991. Pero también se encierra en escenarios míticos. No es contra Rusia, sino para controlar la unificación alemana y la creación de la UE por lo que los Estados Unidos han mantenido la OTAN. Esta se encontró inicialmente sin “enemigo” porque fue el propio Yeltsin quien había desmantelado la URSS y lanzado las privatizaciones; y además la Rusia de Yeltsin, luego de Putin en sus inicios, fue uno de los “socios” de la OTAN, compartió la definición de su nuevo enemigo, el “islamismo”, en las guerras sucias libradas en Chechenia…
Fue la consolidación de un Estado ruso fuerte tanto a nivel interno como externo, con su miedo a las “revoluciones de colores” y al “dégagisme” de los autócratas, lo que tensó las relaciones con los países vecinos de Rusia y las potencias occidentales en la segunda mitad de la década de 2000. Estas tensiones no eliminaban las interdependencias entre la UE y Rusia en términos energéticos, financieros y de comercio, incluso en el terreno de la “seguridad”. Al mismo tiempo, después de las crisis en Bielorrusia y Kazajistán en 2021-2022, Putin esperaba consolidar la Unión Euroasiática con la participación de Ucrania en el comercio con la UE, por un lado; y, por otro lado, pretendía ofrecer a Occidente los servicios de la OTSC (Organización del Tratado de Seguridad Colectiva) tras el colapso de Estados Unidos y la OTAN en Afganistán. Por lo tanto, la OTAN, dirigida por Estados Unidos, estaba “en muerte cerebral” y no amenazante en vísperas de la invasión rusa. Estados Unidos y las potencias occidentales esperaban, como Putin, una rápida caída de Zelensky.
Pero si la Ucrania de 2014 estaba polarizada en sus intercambios y cercanías entre la UE y Rusia, su invasión aumentó radicalmente el odio antiruso, incluso en las regiones más rusófonas, bombardeadas y ocupadas: la guerra devolvió una “razón de ser” a la OTAN y a las industrias armamentísticas, y reforzó el peso de Estados Unidos en la UE.
Sin embargo, nada es estable: lo demuestran los intereses divergentes sobre los problemas energéticos como vis-à-vis de China, las presiones del Estado Mayor de la OTAN para empujar a Ucrania a detener la guerra y ceder algunos territorios, o incluso las incertidumbres de las elecciones en los Estados Unidos... La noción de “nueva guerra fría” utilizada por Gilbert Achcar9 necesita un debate: si es cierto que la guerra en Ucrania ha provocado una nueva carrera armamentística y que tiene efectos mundializados, no es una guerra mundial. El ascenso de los BRICS+ no coincide con una cohesión sin conflictos, incluso entre Rusia y China: marca el fin de un período histórico de dominación occidental, pero sin suprimir las interdependencias económicas y financieras heredadas del post-1989. La dependencia respecto a los Estados Unidos y el peso de la OTAN en Europa evolucionarán según las futuras elecciones estadounidenses, y no se perciben de la misma manera en el sur de la UE y en los países de Europa Central y Oriental cercanos a Rusia.
¿Qué movimiento antiguerra?
La UE se ha convertido en el principal contribuyente de ayuda financiera, militar y humanitaria a Ucrania por delante de Estados Unidos. Las aportaciones más importantes (del 1 al 1,5% del PIB del país) provienen de los países bálticos, nórdicos y de Europa Central más directamente expuestos a la amenaza rusa. ¿Podemos reprochárselo? Ciertamente, esta amenaza se explota hipócritamente para cuestionar los criterios ecológicos y sociales de las políticas europeas y aumentar los presupuestos militares. La forma de evaluar las aportaciones, la brecha entre promesas y entregas, así como la parte de los presupuestos de defensa que realmente va a Ucrania, son todo menos transparentes: para contrarrestar las lógicas de lucro de las industrias armamentísticas, esto es lo que debe abordar un movimiento antiguerra solidario con el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, que podría defender la ayuda a Ucrania al mismo tiempo que un control general socializado sobre la producción y el uso de armas10.
De Ucrania a Palestina, “la ocupación es un crimen”: esto es lo que podemos avanzar con nuestras y nuestros camaradas ucranianos. Un movimiento de izquierda “Por una paz decolonial” debe abordar la mercantilización de las armas para controlar sus usos cuestionando las lógicas de beneficio ciegas a los destinatarios, como Israel o las autocracias reaccionarias. Del mismo modo, debemos comprometernos concretamente en una campaña para cuestionar la energía nuclear y denunciar todos los chantajes nucleares realizados por Putin.
El hecho de que Ucrania haya recurrido a la OTAN y a la UE para defender su soberanía no suprime la realidad de una resistencia popular armada y no armada que hay que apoyar: si Rusia se retira, no hay más guerra. Si Ucrania no resiste, independientemente del origen de las armas que utilice, ya no hay Ucrania independiente. Y son otros países limítrofes con Rusia los que están amenazados. La derrota de Rusia por los avances de una resistencia popular es una precondición para poner en el orden del día otras relaciones europeas, una disolución de todos los bloques militares y el cuestionamiento de cualquier lógica de compartir las esferas de influencia.
¿Qué alternativa anticapitalista, qué visión de otra Europa y de otro mundo (ecosocialista) puede la izquierda pretender ofrecer si acepta la invasión rusa y no ayuda a la resistencia popular?
Traducido por Faustino Eguberri
Artículo original
Publicado orginalmente
el 18 de febrero
de 2024
Catherine Samary. Profesora en la Universidad París-Dauphine, autora de La déchirure yougoslave. Questions pour l'Europe, L'Harmattan, París, 1994.