Kíiv, primavera 2024: vivir, en tiempos de guerra, la vida por la que se lucha


Chowra Makaremi
2 de mayo de 2024

Chowra Makaremi es antropóloga y cofundadora de la asociación Ukraine CombArt. Es autora de «Le Cahier d’Aziz: au coeur de la révolution iranienne» («El cuaderno de Aziz: en el corazón de la revolución iraní», Gallimard, 2011) y «Femme! Vie! Liberté! Echos d’un soulèvement révolutionnaire en Iran» («¡Mujer! ¡Vida! ¡Libertad! Ecos de un levantamiento revolucionario en Iran», La Découverte, 2023). También ha realizado la película «Hitch, une histoire iranienne» («Hitch, una historia iraní», 2019).

Natalie Rastoin le entrevista para Ukraine CombArt a su vuelta de Kíiv.

Chowra Makaremi
Chowra Makaremi.

Acabas de volver de Kíiv. ¿Puedes presentarte brevemente y contarnos tu relación con Ucrania?

Soy antropóloga e iraní y vivo en Francia. He trabajado sobre los controles migratorios en Europa y sobre la revolución iraní de 1979 y también sobre el movimiento «Femme, Vie, Liberté» («Mujer, Vida, Libertad»). Eso está lejos de Ucrania, pero tengo vínculos familiares, personales, en este país que he visitado muchas veces entre 2015 y 2022, justo después del Maidán y hasta la invasión total rusa de febrero de 2022. Ucrania se había convertido en una especie de laboratorio político donde se experimentaba una democracia, imperfecta pero viva, que todavía perdura a pesar de la guerra. Iba varias veces al año y forjé amistades que me permitieron conocer la sociedad ucraniana.

¿Cuándo apareció en la población ucraniana el sentimiento de estar en guerra, desde 2014 (con la anexión de Crimea y la desestabilización del Donbás) o sólo en 2022, con la invasión rusa a gran escala?

De hecho, el país estaba en guerra desde después del Maidán, pero en aquella época se hablaba más bien de una operación de defensa contra los separatistas, no de guerra. Aunque recuerdo que en el Museo del Ejército de Kíiv ya había carros de combate rusos capturados en el Donbás, como prueba de la injerencia rusa. Muchos voluntarios se sumaron a la Defensa Territorial, que acababa de formarse, pero muchos ucranianos no se sentían implicados en su vida cotidiana por esta guerra.

La agresión de 2022 provocó una relectura de los ocho años transcurridos: la mayor parte de los ucranianos se dijeron entonces que la guerra ya existía desde 2014 y que ni ellos ni sus gobernantes la habían tomado suficientemente en serio. No hay que olvidar que en 2019 habían votado por Zelensky, sobre todo porque prometía poner fin a la guerra en el Donbás y negociar con Putin, algo que creía sinceramente poder hacer y a lo que aspiraban los ucranianos, mayoritariamente pacifistas en esa época.

Kíiv

La ironía de la historia es que el Presidente anti-guerra se ha convertido en jefe de guerra… ¿Qué te ha llamado más la atención en tu reciente estancia en Kíiv?

He vuelto dos años después del viaje que hice en 2022 con mi compañero a la frontera entre Polonia y Ucrania para evacuar refugiados (un periplo parecido al que se cuenta en la magnífica película «Desde el Retrovisor» de Maciek Hamela). La capital debía caer en tres días, la sociedad no estaba preparada para el horror de la guerra y sin embargo la blitzkrieg de Putin fue un fracaso total. En 2024, he vuelto a Kíiv en tren, como muchos ucranianos que hacen viajes de ida y vuelta, y he visto una ciudad que se obstinaba en vivir.

Lo más sorprendente para mí fue ver cómo la estación había pasado de ser un edificio post-soviético a un centro de tránsito internacional, ya que aparte de la carretera es el único punto de entrada al país. El enfoque antropológico, distinto al del periodismo, hace trabajar con las emociones. Estaba muy emocionada por lo que había visto en la estación de Kíiv. Por una parte, estaban los sufrimientos de la guerra, esas familias con niños que vivían encima de sus maletas, las vidas normales brutalmente amputadas. Pero por otra parte, de forma extraña, estaba esa metamorfosis de la estación: la arquitectura estaliniana, la penuria de tiendas, la austera sobriedad de la cultura ferroviaria habían dejado lugar a un muro vegetal, a cafés recién creados, a tiendas de souvenirs para financiar los ferrocarriles. Es inteligente porque ofrece de entrada una imagen moderna y dinámica de Ucrania a todos los trabajadores internacionales y periodistas, a todas esas empresas y ONGs que desembarcan.

Más en profundidad, eso muestra cómo este país en guerra se esfuerza al mismo tiempo por vivir y cultivar el ideal de sociedad por el que ha luchado desde el Maidán, y antes en la revolución naranja. Las cosas no se han congelado con la guerra: al contrario, es vital vivir cotidianamente aquello por lo que se inició la lucha, a través del movimiento de liberación del post-sovietismo brutal, que afecta a esta sociedad desde hace décadas. Al volver por primera vez desde el comienzo de la guerra total, me preguntaba si el modo de vida de clase media global que había explosionado después del Maidán sólo sería un barniz y si ante la necesidad de la guerra, no volvería a galopar el homo sovieticus. No ha sido así: los ucranianos continúan teniendo en sus armarios esos botes de Nutrella que causaban asombro entre los atacantes rusos que saquearon y torturaron en Bucha.

Desde luego, la ciudad muestra los estigmas de la batalla de Kíiv: los impactos en las fachadas, los adoquines rotos bajo las ruedas de los carros, sacos de arena para proteger algunos edificios, barreras anticarro, pero paradójicamente hay muchos comercios y edificios en obras, tal vez porque en ausencia de Estado social fuerte y a pesar del tiempo suspendido, es una manera de mantener una actividad económica o de «sacar provecho» a las circunstancias de la guerra (menos clientes, empleados e incluso patrones, que han marchado a la guerra o al exilio). He encontrado mucha vida en el Kíiv de hoy, a pesar de las alarmas y de la clara conciencia de los destrozos humanos y materiales de la guerra. El espíritu de resistencia cotidiana salta a la vista ante los entresuelos de inmuebles que sirven de refugio en los bombardeos y que han tratado de transformar en lugares agradables, con sofás, plantas, ceniceros, tableros de ajedrez. En las calles, he visto una gran proporción de personas en uniforme militar (he contado de media una de cada 30 ó 35), la presencia de este ejército mayoritariamente formado por civiles, hombres y mujeres de todas las edades.

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¿Cómo sabes, cuando te los cruzas, que es un ejército de civiles y no de soldados de oficio?

Por la edad de los hombres. He encontrado a muchos hombres que ya no son jóvenes, incluso jubilados en la vida civil, de todas las categorías sociales, y cuyo lenguaje corporal no es el de los militares de carrera. Muchos de estos hombres y mujeres comprometidos voluntariamente en la Defensa Territorial y en el ejército regular son en origen civiles sin experiencia militar previa, que han tomado la decisión de defender a su país con las armas en la mano.

¿Cómo ve la salida de la guerra la gente con la que has estado?

He hablado mucho con mis amigos, con clientes en restaurantes, con pasajeros en los taxis, con usuarios de servicios públicos. Les he planteado sistemáticamente la cuestión: ¿estarías a favor de un alto el fuego inmediato a cambio de una congelación de las fronteras actuales (por tanto, del abandono de Crimea y de una parte del Donbás, esto es un 20% del territorio ucraniano, actualmente ocupado por las tropas rusas)? De manera aplastante (aparte de algunos periodistas e investigadores) la respuesta fue: ¡no! Siempre con las mismas razones: cualquier alto el fuego sólo sería para Putin un momento de respiro para recuperar su aliento antes de atacar de nuevo a Kíiv y continuar su objetivo de barrer a Ucrania del mapa. Esta guerra, me han repetido mis interlocutores, es una guerra de existencia.

Cuando les preguntaba si eran optimistas o pesimistas, todos y todas me respondieron: ni una cosa ni otra, pero aguantamos y aguantaremos porque no hay otra opción, porque para nosotros la alternativa es existir o no existir. Pero, lo vuelvo a decir, lo más destacable es que esta resistencia existencial no es un momento en que la vida queda congelada, sino al contrario, un momento invertido en vivir, aquí y ahora, esta vida por la que se lucha, democrática, ciudadana, correspondiente a las aspiraciones profundas del pueblo ucraniano y a la idea que se hace del ideal europeo.

¿Quieres decir que al mismo tiempo en que ellos y ellas pelean, los ucranianos intentan convertirse en aquello por lo que pelean?

Exactamente. Esta imagen deseada y proyectada de la sociedad por la que pelean es muy intensa y en todo punto opuesta a la sociedad rusa tal como la configura y aprisiona el régimen de Putin. He tenido relación con las administraciones ucranianas, porque fui a Kíiv también a arreglar asuntos personales: Banco nacional, oficinas de abogados, estudios de notarios, etc. He visto (y experimentado) esta voluntad de constituir una ciudadanía funcional y digital emancipada de la corrupción.

Se decía sin embargo, no sólo entre los putinófilos, que Ucrania era un país muy corrompido…

No digo que no exista la corrupción. Existe en Ucrania, aunque menos omnipresente que durante los años 90 y las décadas siguientes, sigue estando ahí; tampoco está ausente entre nosotros y en Europa. Puedo en cambio testimoniar lo que he vivido personalmente: hoy es posible recorrer toda una trayectoria en la administración ucraniana y sus diferentes servicios sin verse obligada a pagar el menor soborno, sin verse enfrentada a la corrupción ordinaria que se daba antes a todos los niveles. La digitalización de los servicios (que sólo tiene ventajas, sobre todo para las personas mayores) ayuda sin duda a ello.

Lo que también me ha sorprendido en Ucrania es que no ha habido desmoronamiento interior, ni tampoco fuga de cerebros. La sociedad ucraniana aguanta y continúa reformándose en tiempos de guerra: para bien, en la lucha contra la corrupción, y de forma más inquietante, sobre todo socialmente, con una liberalización acelerada de la economía. Lo más admirable, sin embargo, es la vitalidad de la sociedad civil ucraniana, capaz al mismo tiempo de solidaridad y de contestación crítica.

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Pero muchos se han ido: más allá de los muy numerosos desplazados interiores que han tenido que huir de los territorios ocupados, millones de ucranianos (sobre todo ucranianas, con niños y personas mayores) se han refugiado en el extranjero, donde han sido mejor acogidos que otras poblaciones llegadas de otros sitios. Alemania y Polonia han sido los campeones de esta acogida.

Es exacto y la experiencia ucraniana del exilio es rica en lecciones más generales. Alemania, que ha acogido masivamente a los ucranianos, necesita al mismo tiempo un millón de extranjeros al año para mantener su balanza demográfica y su régimen de pensiones. Aparte del impulso sentimental, hay desde luego también interés: como lo dicen todos y todas las especialistas en el tema, la inmigración es necesaria en Europa. Primera lección: cuando se quiere, hay medios para acogerla. Segunda lección: Ucrania es el laboratorio de nuevas formas de migración y de circulación. Muchos quieren, por ejemplo, trabajar seis meses en Alemania, y después vuelven otros seis meses a Ucrania. Estas migraciones estacionarias prefiguran formas de circulación que podrán ser reguladas con flexibilidad, garantizar un derecho de ida y vuelta susceptible de ser extendido a otros países, sobre todo del Sur, en beneficio mutuo de los países de partida y de acogida. Ucrania, en este sentido, señala una vía alternativa a la bunkerización de Europa. El «problema» migratorio es en realidad menos económico o estructural que una cuestión de color de la piel…

Cuando creamos Ukraine CombArt y decidimos dedicar los escasos beneficios de los acontecimientos que organizamos a equipamientos para la Defensa Territorial, optamos por la proximidad y la trazabilidad: partir de las necesidades experimentada por combatientes que conocíamos personalmente y encaminar nuestros donativos a través de un circuito corto. Nos has dicho que toda la sociedad ucraniana está de alguna manera organizada de esta manera…

Sí, me he quedado sorprendida por el número y la diversidad de las redes de ayuda por abajo: aquí una copropiedad o un grupo de vecinos, allí colegas de trabajo o una cuadrilla de amigos, además los cafés, etc. Cada comunidad parece haber acogido bajo su ala a militares que les son conocidos, una unidad de la Defensa territorial, un batallón. Según las necesidades expresadas, los donativos son muy variados: desde carne curada para reforzar la aportación en proteínas, torniquetes para parar las hemorragias y evitar amputaciones, kits de primeros auxilios, ropa interior, drones… Suelen ser ayudas que mueven pequeños presupuestos, algunos centenares de euros enviados por correo o entregados durante un permiso. También hay, desde luego, grandes fundaciones, muy útiles, que recaudan sumas mucho más importantes para equipar al ejército, pero estas miríadas de pequeños donativos que tejen millares de lazos entre civiles y militares, entre la vanguardia y la retaguardia, ayudan a los combatientes a resistir, aunque la ayuda occidental no llegue a tiempo y los soldados estén agotados. Esta autoorganización solidaria de la sociedad civil prolonga las maneras de hacer que permitieron resistir al Maidán. Estos múltiples combates directos con el frente permiten también a la población estar bien informada de las condiciones concretas de combate y, llegado el caso, tomar un poco de distancia con las informaciones oficiales. Esta ayuda a escala humana es un eslabón de una malla más amplia que fundamenta la continuidad y la solidez de la resistencia.

Para nosotros, en Ukraine CombArt, esta «solidaridad por abajo» con beneficiarios que conocemos es una prioridad concreta que completa nuestro apoyo a los artistas ucranianos, cuyas obras nos esforzamos por dar a conocer en Francia. Según tú, ¿qué piensan hoy los ucranianos sobre Europa? ¿Qué cuentan?

Ellos y ellas ven las dobles señales enviadas por Europa y los occidentales: por un lado, un apoyo real, pero por otro, una voluntad insuficiente que no da a Ucrania los medios para luchar en igualdad (de armas, de municiones) contra su agresor. Llegan a sentirse traicionados. Comprenden que su causa no siempre basta y temen ser cogidos en un juego internacional que acabe por sacrificarlos. No quieren que, con el pretexto de un alto el fuego y negociaciones, los occidentales acaben por dar a Rusia garantías de no intervención que les dejarían, de hecho, las manos libres en lugar de concluir su integración en la Unión Europea y en la OTAN. Constatan la insuficiencia de la ayuda occidental -demasiado poco, demasiado tarde- y su bloqueo en los Estados Unidos, con la inquietante perspectiva de una posible victoria de Trump. Esta incertidumbre sobre los apoyos con que debería poder contar Ucrania erosiona mucho la confianza. Por eso es tan importante la solidaridad transnacional de las sociedades civiles y nos obliga a asumir nuestras responsabilidades, todas nuestras responsabilidades.

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Parece haber en Europa una toma de conciencia nueva y un discurso más firme, como testimonian las declaraciones de Emmanuel Macron sobre un eventual despliegue de tropas en suelo. ¿Cómo perciben los ucranianos este giro retórico y eventualmente práctico?

Es muy bien percibido. Los ucranianos no pueden darse el lujo del cinismo. Se apoderan de cualquier resplandor de esperanza. El discurso de Emmanuel Macron ha sido bien acogido en Ucrania porque hace concebible lo que hasta ahora era indecible. La dimensión realizable de esta palabra abre el campo de posibilidades y los ucranianos no tienen otra opción que lanzarse a ella. Saben muchas cosas, tanto del contexto geoestratégico internacional como de la guerra en su país. Saben que la cifra oficial de pérdidas está por debajo de la realidad y no subestiman los daños de una carnicería nacida de la arrogancia de un tirano. Saben también que la guerra que enfrentan no es una disputa territorial: su objetivo es su desaparición como nación. Conservan su buen humor pero su gravedad es palpable. La muerte se ha introducido brutalmente en una vida que querían normal, pero siguen siendo combativos y determinados a vivir una vida que, a pesar de las bombas y los crímenes de los asaltantes, se esfuerza por prefigurar la actual sociedad ucraniana. Ahí está también su valor.


Traducido por J. Etorre

Entrevista original

Publicado orginalmente el 26 de abril de 2024