¿Qué está mal con la visión occidental de la comunidad LGBT+ ucraniana durante la guerra?


Inna Iryskina
30 de marzo de 2023

Últimamente, como activista, he hablado menos en mi propio nombre y más en el de las personas transgénero (o de la comunidad LGBT+ en un sentido más amplio) o en el de las mujeres. Ahora me gustaría volver al principio de "lo personal es político" y comenzar este texto hablando de mi propia experiencia, la experiencia de una activista trans que ha estado en Kíiv desde el primer día de la guerra a gran escala.

Desde el primer día, cuando Kíiv estaba bajo el bombardeo ruso y los ocupantes nos atacaban desde el norte, comencé a adaptarme a esta nueva realidad, siguiendo regularmente las noticias. En ese momento, casi en las primeras horas de la invasión, recibí un correo electrónico de una organización internacional europea, en la que participo como miembro de su comité. Entre otras cosas, me ofrecieron apoyo en caso de que necesitara salir de Ucrania.

Hasta el momento en que las tropas de la Federación Rusa huyeron sin gloria de Kíiv, recibí más propuestas similares en las que se me ofrecía ayuda para viajar o alojarme en algún país. En algunos casos, la ayuda provenía de personas con las que me había reunido alguna vez en distintos eventos, pero a las que no podía definir como amigos íntimos. Mi respuesta era siempre la misma para todos: "Muchas gracias, os lo agradezco, pero de momento, me quedo en Kíiv".

Al mismo tiempo, recibía consultas de periodistas. En aquel momento no tenía suficientes recursos para comunicarme con ellos, ya que casi toda mi energía estaba dirigida a mantener mi vida y mi rutina laboral. Ahora me arrepiento en cierto modo de no haberles contestado, ya que muy pronto las preguntas habituales empezaron a ser del tipo: "¿Tal vez conozcas a una persona trans que haya tenido o tenga problemas al cruzar la frontera ucraniana?" En los medios de comunicación occidentales empezaron a aparecer artículos que hablaban del destino de la comunidad trans ucraniana a través de la experiencia de sus miembros.

En un momento dado, también me invitaron a una iniciativa en torno a una campaña diseñada para simplificar el procedimiento de cruzar la frontera para las personas trans de Ucrania que ahora es más complicado que nunca debido a la ley marcial.

Si bien al principio encontraba agradable este tipo de atención a mi persona y hacia la comunidad transgénero uncraniana en general, muy pronto comencé a sentirme molestar e incluso indignada, ya que toda la atención y la preocupación por nosotros se reducía en última instancia a la cuestión de salir de Ucrania.

Me gustaría mencionar que me opongo a cualquier forma de generalización. Durante la guerra, diferentes personas (incluidas las personas trans) se han encontrado en situaciones diversas y bajo el impacto de factores distintos. Estos factores externos dependen del lugar de residencia de una persona y de su proximidad a la zona de guerra activa, así como de las circunstancias que mantienen a las personas en un lugar o las impulsan a salir. También hay factores internos definidos por el estado emocional de la persona, que puede fluctuar desde el sentido del deber hasta los sentimientos de ansiedad y miedo. Basándose en una combinación de estos factores, las personas deciden si se quedan o se van, y cualquier decisión es válida y no debe ser juzgada. Al mismo tiempo, mi decisión, la tuya o la de otra persona, no puede ser un ejemplo universal a seguir por todos los demás.

No voy a ahondar en los detalles personales de los factores que influyeron en mi propia decisión. Pero siempre hay un factor clave entre los internos: mi casa está aquí y mi lugar es éste. Por lo tanto, la decisión de quedarme fue mi decisión por defecto. Para cambiarla, las circunstancias tendrían que ser incompatibles con la vida y la supervivencia. En mi opinión, ese momento aún no ha llegado a Kíiv durante todo este tiempo, a diferencia de sus suburbios, como Irpin y Bucha.

Sin embargo, parece que en el espacio informativo occidental, la única decisión que se espera es la de abandonar Ucrania, al menos así se espera de las personas transgénero, y LGBT+ en general. Mientras tanto, aquellos que decidimos quedarnos deliberadamente, no porque no podamos hacerlo debido a ciertas circunstancias desfavorables, somos considerados como una especie de anomalía. Y los que se alistan en las Fuerzas Armadas de Ucrania y van a defender a su país empuñando un arma son percibidos, probablemente, como un fenómeno colectivo que nunca podría suceder.

Poco después, pudimos observar a una persona que encarnaba las ideas estereotipadas occidentales sobre las personas trans ucranianas. Se trataba de la cantante Zi Faámelu, quien es una de las personas transgénero más conocidas en Ucrania, lo que la hace más accesible a los medios de comunicación y, a la postre, más visible en el espacio informativo de éstos. En los primeros días de la invasión a gran escala, decidió abandonar Ucrania, pero el género masculino que figuraba en su pasaporte complicó todo el proceso. Al final, Zi cruzó la frontera y ha contado diferentes versiones de cómo lo consiguió en entrevistas distintas. También ha descrito la situación general de los derechos de las personas trans en Ucrania, presentándola como muy desfavorable y transfóbica, sugiriendo entre líneas que no valía la pena quedarse en el país.

Me gustaría señalar que el nivel de transfobia al que se enfrenta Zi y su capacidad, debido a su posición e ingresos, para combatirlo, no son, en mi opinión, los mismos que los enfrentados por una persona trans promedio en Ucrania. Una vez más, no me gustaría cuestionar ni condenar la experiencia ni las elecciones personales de nadie. Sin embargo, me resulta inquietante la idea de que se pueda percibir que la experiencia de Zi es la misma que la de una persona trans corriente de Ucrania a los ojos del público occidental.

Espera, dirá alguien, ¿pero no es eso mismo de lo que hablan los activistas de derechos humanos? También afirman que nuestras leyes para personas transgénero son muy imperfectas, los procedimientos son largos y complicados, y algunos derechos están limitados. Señalan que las personas trans son discriminadas en el trabajo, en las escuelas, en los hospitales, a la hora de alquilar un piso y en muchas otras situaciones sociales. Indican que las demostraciones de transfobia pueden encontrarse en cualquier lugar, desde la familia hasta en los organismos gubernamentales. Por último, si echamos un vistazo a las clasificaciones periódicas de derechos humanos de personas trans y LGBT+ en general, por ejemplo, las elaboradas por ILGA-Europa, veremos que Ucrania no se encuentra en primer lugar, por decirlo suavemente.

Realmente parece que es así. Pero hay un matiz importante.

Se puede aceptar como un hecho que "todo es malo": esto es así, y no se puede hacer nada al respecto. Por otro lado, podemos considerarlo como un problema que hay que resolver: así es como es ahora, ¿qué se debe cambiar para que sea mejor? El primer enfoque pasivo considera a la persona trans únicamente como un objeto. Y lo único que se puede hacer es quitar ese objeto de un mal sitio y ponerlo en uno más favorable. Según el segundo enfoque, la persona trans se convierte en un sujeto activo de cambio.

Y tales cambios, de hecho, ya han tenido lugar en Ucrania. En 2016, se reorganizó por completo el procedimiento de transición de género, lo que lo ha hecho más sencillo, accesible y menos humillante. Ese mismo año, tuvo lugar la primera marcha trans en Kíiv, la cual se ha convertido en un evento regular. Me gustaría señala que este tipo de marchas, también conocidas como "orgullo trans", no son muy comunes incluso en las sociedades occidentales (y son completamente imposibles en Rusia). En dos ocasiones, en 2015 y 2018, se celebró en Kíiv una conferencia internacional sobre personas trans en la que participaron expertos en el ámbito de los derechos humanos, medicina y política.

Los medios de comunicación comenzaron a cubrir temas relacionados con la transgeneridad con más frecuencia y, finalmente, con más cuidado y respeto. Nuestros activistas están representados en organizaciones internacionales; nuestras voces, aunque no muy a menudo, se escuchan desde distintos niveles, incluso en la ONU. No se trata sólo de una recopilación de actos solitarios de activismo, sino de un poderoso movimiento que se desarrolla activamente, se expande y gana poder con cada año que pasa.

Pero si se sale de esta "burbuja activista", de repente todo este movimiento se vuelve invisible y la comunidad trans ucraniana parece existir exclusivamente como víctimas pasivas. Con el inicio de la guerra a gran escala, la comunidad activista occidental adoptó con sorprendente facilidad la misma percepción y retórica.

Creo que todo esto tiene raíces profundas que van más allá del contexto LGBT+.

En su momento, Francis Fukuyama articuló el concepto del "fin de la historia", según el cual la democracia liberal es la cumbre del desarrollo de la sociedad humana, y finalmente se alcanzaría en todas partes, tras lo cual se detendrían los cambios sociopolíticos globales. Sin embargo, parece que los ciudadanos de a pie de las democracias occidentales creen que el mundo ya ha llegado prácticamente a ese punto. Después de todo, en su opinión, son sus países los que forman la base de este mundo. Por supuesto, algunos países del "tercer mundo" todavía quedan fuera de este marco global, pero su capacidad de acción y oder son muy insuficientes para ser considerados, y se espera que la situación en ellos mejore mediante avances en materia de derechos humanos.

La Federación Rusa, que mantuvo su influencia política internacional tras el colapso de la Unión Soviética y al mismo tiempo, desarrolló y profundizó sus lazos con Occidente, empezó a ser percibida casi como una parte del "Primer Mundo". Una parte de ella es democrática, pero tiene sus propias deficiencias. Esta imagen se vio facilitada, por supuesto, por los esfuerzos del gobierno ruso, que trató de mantener una imagen híbrida del régimen: rígidos mecanismos autoritarios ocultos tras una cubierta superficialmente democrática en la que se celebran elecciones con regularidad, existe oposición política y las ONG funcionan de alguna manera.

Esta imagen del mundo está exenta de guerras violentas: simplemente no hay razones para ellas en el mundo de la democracia liberal. De hecho, los países del "Primer Mundo" no han experimentado una gran guerra desde 1945, y los principios de su integridad territorial se remontan a este período. Por supuesto, están Afganistán y Oriente Medio, donde la gente está en constante guerra. Pero, en primer lugar, se trata de la periferia, del "Tercer Mundo", y son la excepción que confirma la regla. En segundo lugar, estas guerras se interpretan como insurgencias de guerrilla o luchas antiterroristas contra grandes grupos como el ISIS. Esto disminuye su estatus en comparación con la guerra en su definición convencional, cuando un Estado ataca a otro.

Esta postura dio lugar a la denominación eufemística de los acontecimientos de 2014 en Crimea y Donbás, en lugar de llamarlos simplemente "guerra iniciada por la Federación Rusa contra Ucrania". Además, la propia Rusia hizo todo lo posible por disimular su participación directa en las hostilidades y los procesos políticos de las llamadas repúblicas de la parte oriental de Ucrania sometidas bajo su control. Y no estoy hablando de los "Putin-Verstehers [Putin-comprensivos]" que evitaron reconocer la responsabilidad de Rusia y cumplieron órdenes directas del Kremlin. Hablo de gente con sinceras opiniones liberales, gente para la que siempre ha sido un "conflicto", una "crisis", otro malentendido local entre "naciones hermanas" que implica a ambiguos "separatistas" y "terroristas". A fin de cuentas, las autoridades ucranianas también se han referido oficialmente a la guerra como Operación Antiterrorista.

La invasión a gran escala de Ucrania, que Rusia lanzó abiertamente el 24 de febrero, ya no podía encajar en el paradigma del "fin de la historia". El primer deseo de los occidentales en esta situación era "rebobinarlo todo" lo antes posible, deshacer lo ocurrido como si nunca hubiera pasado. Resolver de algún modo la situación poniendo fin instantáneamente a todas las hostilidades y volviendo al statu quo habitual. No importa que este escenario sólo sea posible a costa de Ucrania: abandonando la resistencia y aceptando las exigencias de Rusia, es decir, la rendición completa.

Exactamente ese resultado era esperado por muchos, comenzando por las feministas de izquierda occidentales, que han sido bastante criticadas por Tamara Zlobina, seguidas por los llamados intelectuales alemanes, y concluyendo por el presidente francés Macron. Cuando quedó claro que Ucrania había resistido los primeros ataques, incluso insistieron en ese resultado final, presentándolo presuntamente como la mejor solución para los ucranianos. Al fin y al cabo, si Rusia está sólo un poco por debajo de los altos estándares de la democracia occidental, entonces no hay nada realmente terrible en ello. Por supuesto, un país que cumple con tales estándares no debería comenzar la guerra en primer lugar; pero dentro de la perspectiva occidental, es inevitable un cierto nivel de "doblepensar".

La gran guerra, que está ocurriendo no "en algún lugar lejano", sino en el borde del "Primer Mundo", parece ser un horror absoluto desde esta perspectiva, y la paz parece ser una solución universal. El territorio devastado por la guerra es como un agujero negro profundo al que da miedo incluso mirar. Si la paz no va a llegar en un futuro próximo, lo mejor que se puede hacer es, al menos, sacar a alguien de allí. Incluso el presidente recibió propuestas de evacuación a la UE en los primeros días de la invasión a gran escala, y mucho menos las personas transgénero, cuya vida era bastante dura en tiempos de paz.

Debe ser difícil imaginar que esas personas quieran quedarse conscientemente en un país que está siendo absorbido por ese "agujero negro", identificarse con él y hacer todo lo posible por defenderlo de los invasores. Además, imaginar que los países occidentales, perfectamente liberales, también pueden ser arrastrados al "agujero negro" en determinadas circunstancias, está fuera de toda lógica. Es más fácil convencerse de que es esta perfección o su ausencia lo que determina a quién puede afectar o no. Y es mejor no mirar dentro del agujero para no acabar con la ilusión, como se planteaba en una película reciente "no mires hacia arriba".

Pero si miras hacia arriba y te fijas bien, podrás ver que en primer lugar, el verdadero "agujero negro" se forma en los territorios ocupados por los rusos y, por lo tanto, la responsabilidad no recae en una guerra abstracta, sino específicamente en la Federación Rusa. Y en segundo lugar, te darás cuenta de que no existe una brecha civilizatoria entre el "Primer Mundo" y los países que se han convertido en un campo de batalla. De hecho, ni el primero es la cúspide de la democracia ni el segundo es un reducto del pasado.

Volviendo al tema de las identidades transgénero: ¿qué se puede apreciar en este contexto?

Por ejemplo, es un hecho que actualmente en Hungría no hay un reconocimiento legal del género a nivel legislativo. En Finlandia, ara obtener el reconocimiento legal del género es necesario someterse a un procedimiento de esterilización. En Polonia, es necesario denunciar a los propios padres para adquirirlo. Y en el Reino Unido, este procedimiento requiere la obtención de un Certificado de Reconocimiento de Género del Panel de Reconocimiento de Género, lo que puede llevar años.

En otras palabras, adquirir el reconocimiento legal de género en estos países es más difícil que en Ucrania, a pesar de que los tres primeros son miembros de la UE y el último es miembro del G7. Y sí, existen otros países donde este procedimiento está mejor organizado que en Ucrania, pero no estamos hablando aquí de las diferencias entre las distintas sociedades.

Una vez más, los hombres y mujeres ucranianos que se vieron obligados a escapar de la guerra y buscar asilo en diferentes países europeos, comparan la vida en estos países con su vida en Ucrania y notan tanto las ventajas que tienen estos países como las cosas que funcionan mejor en Ucrania. Entre estas últimas se nombran la banca en línea, los servicios postales, el sistema de citas médicas, las tiendas que funcionan las 24 horas del día e incluso Ukrzaliznytsia [Ferrocarriles de Ucrania], que ha sido un objeto popular de crítica común. Por último, mencionemos a las Fuerzas Armadas de Ucrania, que actualmente están `por detrás de los países de la OTAN en cuanto a equipamiento técnico, pero debidp a su experiencia de combate, después de haberse enfrentado a las fuerzas numéricamente superiores del ejército ruso, hay muchas cosas que la OTAN podría aprender de nosotros.

Teniendo en cuenta todo esto y comprendiendo que es demasiado pronto para hablar del "fin de la historia", tenemos que dar un paso más y articular la siguiente conclusión importante.

El actual orden mundial internacional no sólo es imperfecto, sino que ha demostrado ser totalmente incapaz de enfrentarse a nuevos retos. Organizaciones como las Naciones Unidas, la OSCE, el Consejo de Europa, la UE, y en cierta medida la OTAN, han demostrado ser completamente impotentes o muy ineficaces en la realidad de la gran guerra. Los enfoques graduales para mejorar localmente y abordar deficiencias individualmente son inútiles contra un sistema completamente antihumano. Las "preocupaciones profundas" y los métodos de decisión excesivamente burocráticos no funcionan en situaciones en las que se necesitan reacciones y acciones decisivas para detener y mitigar al agresor.

Así, países como Ucrania no deberían ser discutidos en términos de sus esfuerzos por convertirse en una parte reconocida del mundo global; más bien, el mundo debe mejorar globalmente, y Ucrania debe ser un participante legítimo de este proceso. Ahora, más que nunca, Ucrania puede tener un papel proactivo e incluso liderar estos cambios.

Y ahora, volviendo a las cuestiones LGBT+, quiero mencionar que lo mismo se aplica a la esfera del activismo, que emplea muchos de los conceptos, narrativas y enfoques provenientes de Occidente, y cuya columna vertebral la constituyen ONGs financiadas con subvenciones occidentales. No, esto no tiene nada que ver con los "devoradores de subvenciones", los "sorosyatas" [deriva del nombre de George Soros y es un término despectivo para describir a quienes trabajan en estructuras financiadas por fundaciones de Soros, o a quienes tienen puntos de vista liberales] y otras etiquetas similares utilizadas por el adversario radical de la derecha; este tipo de trabajo no tiene nada que ver con los activistas ucranianos que siguen instrucciones occidentales. Sin embargo, la cooperación con Occidente crea ciertos marcos y normas en los que la interacción con las organizaciones occidentales se produce desde la posición de la estructura de poder "alumno-maestro". En el proceso de dicha tutoría, a menudo se aceptan y asimilan ideas diferentes de forma acrítica, sin una reconsideración y adaptación adecuadas a nuestra sociedad. Así que, tal vez, ya es hora de que el activismo ucraniano adquiera más independencia y desarrolle sus propios enfoques sobre el activismo de los derechos humanos basándose en la vasta experiencia ya existente, libre de copias ciegas y complejos de inferioridad.

Estos argumentos, por supuesto, requieren un análisis detallado, el cual merecería un artículo aparte, quizás incluso más de uno. Para terminar este texto, me gustaría volver a mi punto inicial: a mis experiencias personales.

Pues bien. Si alguien espera que yo y otras personas como yo sólo seamos víctimas que sufren, que sólo huyamos del peligro sin intentar resistirlo, ya sea resistiendo a los ocupantes rusos o resistiendo a los portadores locales de la transfobia y otros tipos de discriminación, obtendrá una respuesta muy breve de mi parte.

Eso no va a ocurrir nunca.


Traducido por Juan González

Artículo original de Gender in Detail

Artículo en inglés

Publicado orginalmente el 4 de julio de 2022



Inna Iryskina

Inna Iryskina. Activista civil. Coordinadora del departamento transgénero de la ONG "Insight", experta en transgeneridad, activista en derechos humanos y feminista. Autora y coautora de varios trabajos, principalmente sobre temas de transgeneridad y derechos humanos.